Cristo es el único Camino Juan 14:6

jueves, 10 de noviembre de 2011

Libro la Peregrina: Capítulos 16-21


JUAN BUNYAN
LA PEREGRINA
Viaje de Cristiana y sus hijos a la Ciudad Celestial bajo el símil de un sueño
SEGUNDA PARTE DE «EL PEREGRINO»
CAPÍTULOS 16-21 
PROLOGO DE LA SEGUNDA PARTE DE «EL PEREGRINO»

CAPITULO XVI
Los peregrinos llegan á la Feria de Vanidad, donde encuentran albergue en la casa de Mnason:
agradable trato que tuvieron con algunos cristianos del pueblo.
Escaramuza con un monstruo que devastaba la comarca
Emprendida la marcha, los viajeros continuaron su camino en el orden siguiente: primero iban Gran-Corazón é integridad; después venían Cristina con sus hijos, y detrás: todos andaban Flaca-Mente y Próximo-á-cojear con sus muletas. Entonces dio Integridad principio á la conversación siguiente:
Ya que estamos otra vez de viaje, cuéntanos por favor algo de los que han llevado antes el mismo camino que nosotros.
GRAN-COR. De muy buen grado. Ya habrás oído hablar del encuentro que tuvo Cristiano con Apollyón en el valle de humillación, y con cuántos peligros y dificultades tropezó en el valle de Sombra-de-Muerte. Tampoco ignorarás cuan airado se halló Fiel, teniendo que oponerse á las supercherías de la señora Sensualidad, Adam-primero, de Descontento y de Vergüenza, cuatro de los bellacos más truhanes con que uno puede tropezar en todo el camino.
INTEG. Sí, de esto estoy enterado; parece que fue con Vergüenza con quien se halló Fiel en el más grande aprieto; ése le acosaba sin darle treguas.
GRAN-COR.Es verdad, pues, como dijo bien Fiel, él de todos los hombres tenía el nombre que menos le cuadraba.
INTEG. ¿En qué parte fue donde Cristiano y Fiel se encontraron con Locuacidad? Este también era un charlatán de primera.
GRAN-COR. Era un necio, hinchado de vana confianza; no obstante, muchos siguen sus huellas.
INTEG. Apenas faltó nada para que sedujese á Fiel.
GRAN-COR. Sí, pero Cristiano le indicó la manera de descubrir de una vez su verdadero carácter.
En estas pláticas anduvieron hasta que observó Gran-Corazón:
Por aquí fue donde el Evangelista salió al encuentro de Cristiano y Fiel, y les predijo los trabajos que tendrían que soportar en la Feria de Vanidad.

INTEG. ¡De veras! Paréceme que les advirtió que sería difícil oírlo sin zozobra.
GRAN-COR. Tienes razón; pero al propio tiempo su buen amigo no dejó de infundirles ánimo. Pero ¿qué estamos diciendo de ellos? Eran dos hombres con el valor del león y una resistencia á toda prueba; ¿no te acuerdas de cuan impávidos comparecieron ante el juez?
INTEG. ¡Con cuánto heroísmo padeció Fiel!
GRAN-COR. Verdad, y sus padecimientos originaron nuevas heroicidades, pues refiérese que Esperanza y algunos más se convirtieron á causa de su muerte.
INTEG.Sigue con tu relato, que me gusta oírlo, y estás bien enterado de estos sucesos.
GRAN-COR. De todos cuantos Cristiano encontró después de haber atravesado la Feria de Vanidad, el más infame fue Interés-privado.
INTEG. ¡Interés-privado! ¿Qué era él?
Un pillo consumado, un solemnísimo hipócrita. Uno que á todo trance quería ser religioso; pero era astuto, que procuraba bien no perder ni sufrir nada por causa de su religión. Tenía su creencia apropiada para a cada ocasión que se ofrecía, y su mujer tenía tanta destreza en el oficio como él. Cambiaba de opinión en opinión, dando vueltas como la veleta, y además aconsejaba el hacerlo. Pero, según tengo entendido, sus intereses privados lo condujeron á un triste fin, y tampoco he oído decir que alguno de sus hijos se haya captado jamás el respeto ó estimación de los que de veras temen á Dios, ¿en esto llegaron á vista del pueblo Vanidad, donde se encontraba la Feria. Viendo los peregrinos que estaban tan cerca del pueblo, tomaron consejo entre sí respecto del mejor modo de atravesarlo. Unos decían una cosa y otros otra, hasta que al fin Gran-Corazón tomó la palabra, y dijo , habiendo tenido que pasar repetidas veces por aquel pueblo en el desempeño de su oficio, tenía la suerte de

conocer á un anciano discípulo, natural de Chipre, que se llama-Mnason, en cuya casa podrían hospedarse. Si os parece biendijo,dirigiremos nuestros pasos allá.
Conforme dijeron todos á una.
Había anochecido cuando llegaron á las afueras del pueblo, pero Gran-Corazón conocía el camino. Así que el anciano Mnason oyó la voz del guía que llamaba, la conoció, y abriendo la puerta, los peregrinos entraron a casa.
—¿De dónde habéis venido hoy? les preguntó. De casa de nuestro amigo Gayodijeron.
MNASON. Buen trecho de camino lleváis; bien podéis estar cansados. Tomad asiento.
GRAN-COR. Vamos, amigos, ¿como os encontráis ahora? Me atrevo á decir que mi amigo se regocija de vuestra llegada.
MNASON. Efectivamente, os doy la bienvenida; todo cuanto quisierais pedidlo, y haremos lo posible para complaceros.
INTEG. Lo que nos hacía gran falta, poco ha, eran albergue y buena compañía, y ahora nos felicitamos de tener ambas cosas.
MNASON. En cuanto á albergue, ya veis lo que es; pero por lo que toca á la buena compañía, eso se verá en la prueba.
A instigación del guía, Mnason condujo á los viajeros á sus respectivas habitaciones; al propio tiempo les enseñó un comedor bastante cómodo, donde podían cenar y estar juntos hasta la hora de retirarse.
Estando otra vez reunidos, y sintiéndose un poco repuestos de las fatigas de la marcha, Integridad preguntó al patrón si había muchas personas piadosas en el pueblo.
MNASON. Algunas hay, si bien son muy pocas en comparación de los que son del otro partido.
INTEG. ¿Cómo nos arreglaremos para ver á algunos de ellos? A los que peregrinan, la vista de personas piadosas es como la aparición de la luna y las estrellas á los navegantes.
Mnason golpeó el suelo con su pie, y subió su hijo Gracia.
Vé, Graciale dijo, y di á mis amigos Contrito, Varón-santo, Ama-los-santos, No-osar-mentir y Penitente, que en casa tengo algunos amigos que desean verlos.
Estos acudieron en seguida, á invitación de Gracia, y cambiados los saludos, sentáronse todos juntos á la mesa.
MNASON. Ved aquí, vecinos míos, una compañía de forasteros que han venido á posar en mi casa, son peregrinos que vienen de muy lejos, y se dirigen al monte Sión.añadió señalando á Cristiana—¿quién pensáis que es? Es Cristiana, viuda de Cristiano, aquel peregrino famoso, quien, junto con su hermano Fiel, fue tan vilmente afrentado en este pueblo.
Asombrados quedaron los visitantes al oír esto, y dijeron: Lejos estábamos de soñar en ver á Cristiana cuando Gracia vino á llamarnos; esta es una sorpresa sumamente agradable. Entonces le preguntaron acerca de su salud, y aquellos jóvenes eran hijos de Cristiano. Recibiendo una testación afirmativa, dijeron: El rey á quien amáis y servís os haga como á vuestro padre, y os conduzca en paz dónde él está, luego Integridad preguntó á Contrito y á los demás en que estado se encontraba en aquel momento su pueblo.
CONTRITO. Puedes tener por seguro que estamos bastante afanados en esta época de ferias, pues cuesta mucho guardar nuestro corazón y espíritu en buen estado durante la bulliciosa temporada. El que vive en un lugar como este y tiene que tratar con personas como son nuestros vecinos y conciudadanos, tiene necesidad de vigilar á cada momento.
INTEG. ¿Son tranquilos vuestros vecinos?
CONT. Son mucho más moderados de lo que antes eran, sabes cómo trataron á Cristiano y Fiel; ahora no cometen tantos excesos. Me parece que la sangre de Fiel les ha sido hasta el presente una pesada carga, porque desde que lo quemaron han tenido demasiada vergüenza para repetirlo en otros. En aquellos tiempos teníamos miedo de pasear por las

calles, pero ahora podemos asomar la cabeza. Entonces el nombre de uno que profesaba la piedad era odioso: ahora, particularmente en algunos barrios (ya sabes que el pueblo es grande), la religión es tenida en honor. ¿Y cómo lo habéis pasado en vuestra peregrinación? ¿Cómo os mira el país? ¿Con favor ú hostilidad?
INTEG. Nos pasa lo mismo que á la mayor parte de los viajeros; algunas veces el camino se presenta despejado, otras cenagoso; caminamos ya cuesta arriba, ya cuesta abajo; raras veces hay igualdad. No tenemos siempre viento en popa, ni es amigo todo aquel que encontramos en el camino. Nos hemos visto ya en algunos aprietos notables, y lo que todavía nos aguarda lo ignoramos; por lo general, encontramos ser verdad lo que antiguamente se dijo: que un hombre bueno ha de sufrir pruebas.
CONT. Hablas de aprietos: ¿en cuáles os habéis encontrado?
INTEG. Gran-Corazón es quien puede mejor dar relación de ello.
GRAN-COR. Hemos sido atacados tres ó cuatro veces ya. En primer lugar, Cristiana y sus hijos fueron molestados por dos rufianes, los que creían que les quitarían la vida. Luego fuimos acometidos por los gigantes Grima, Aporreador y Mata-lo-bueno. A este último más bien lo atacamos nosotros. He aquí cómo pasó: hacía algún tiempo que estábamos en casa de Gayo «mi huésped y de toda la Iglesia», cuando nos determinamos á coger nuestras armas y salir á ver si podíamos dar con alguno de los enemigos de los peregrinos, habiéndosenos dicho que en aquel paraje había uno que era muy notorio. Gayo, por cuanto vivía en la vecindad, conocía su guarida mejor que yo; fuimos mirando por todas partes, hasta que por fin descubrimos la entrada de su caverna. A la vista de ésta, nos alegramos y tomamos nuevo ánimo. Acercándonos á su antro, encontramos que á este pobre Flaca-Mente lo había arrastrado por fuerza á su caverna é iba á acabar con él. Cuando nos vio, suponiendo según creíamos, que tenía otra presa, salió á nuestro encuentro, dejando á su pobre víctima en la cueva, entonces trabamos una lucha encarnizada, y mi antagonista luchó con mucho empeño; pero al fin lo arrojamos al suelo le cortamos la cabeza y la alzamos al lado del camino para aterrar á los que en adelante practiquen semejantes iniquidades. Para confirmar lo que digo, aquí tenéis al hombre mismo que fue como cordero arrancado de las fauces del león.
FLACA-MENTE. El relato es exacto, como he sabido á mi costa, lo mismo que con gran satisfacción mía; á mi costa, cuando á cada momento temía que el monstruo me royese los huesos; y con satisfacción, cuando vi á Gran-Corazón y sus amigos venir armados para rescatarme.
VARÓN-SANTO. Dos cosas han de poseer los que van en peregrinación, á saber: valor y una vida intachable. Sin valor no pueden continuar su camino; y si sus vidas son relajadas, desacreditan el buen nombre de los peregrinos.
AMA-LOS SANTOS. Espero que esta amonestación no os sea necesaria. Pero es verdad que algunos que se ponen en camino, más bien se declaran extraños al peregrinaje extranjero y advenedizo sobre la tierra.
NO-OSAR-MENTIR. Ciertamente, ni llevan los hábitos de peregrinos, ni poseen el valor del mismo; no andan derechos, sino que sus pasos se tuercen; tienen un zapato bien puesto y otro al revés, mientras que sus medias están rotas y desaliñadas; aquí guiñapos, allí un rasgón, con gran desdoro de nuestro Señor.
PENITENTE. Estas cosas debieran causarles pena; ni es probable que los peregrinos y su carrera hallen tanta gracia como desean á los ojos del mundo hasta que desaparezcan tales manchas y defectos.
En estos discursos pasaron el tiempo hasta que se sirvió la cena, la que, junto con el descanso de la noche, proporcionaron gran refrigerio á los cansados viajeros.
Largos días permanecieron los peregrinos en la Feria, albergados en casa de Mnason, quien, andando el tiempo, dio en casamiento su hija Gracia á Samuel, y otra hija suya, Marta, á José.
Su permanencia, digo, ya que el carácter del pueblo había cambiado, fue de larga

duración. Por consiguiente, nuestros peregrinos pudieron hacer conocimiento con muchas de las buenas personas que allí habitaban, y les hicieron cuantos servicios pudieron. Misericordia, según su costumbre, trabajó mucho en favor de los pobres, y era adorno de su profesión, en términos que las gentes que eran objeto de su solicitud la bendecían. Y por decir la verdad, Gracia, Febe y Marta tenían todas la misma cariñosa disposición é hicieron mucho bien en sus respectivas esferas. Tuvieron todas numerosa prole, de manera que el nombre Cristiano, como hemos referido antes, prometía vivir y propagarse por el mundo.
Estando todavía allí, aconteció que vino un monstruo de los bosques, y mató á muchos de los habitantes del pueblo. Solía también llevarse á las criaturas, y enseñarles á mamar como á sus cachorros. Ninguno del pueblo se atrevía á combatir esta fiera, y todos huían al oír el ruido de sus pisadas.
El monstruo no se parecía á ninguno de los animales de la tierra; tenía el cuerpo como de dragón, y poseía siete cabezas y diez cuernos. Causaba muchos estragos entre niños, y era gobernado por una mujer. Proponía condiciones á los hombres, y los que amaban más sus vidas que almas, aceptaban las condiciones y se sujetaban a él. En vista de esto, Gran-Corazón, con los que vinieron á visitar á los peregrinos en casa de Mnason, concertaron tacto para salir en busca de la fiera y tratar de librar á los habitantes del pueblo de las garras de tan terrible monstruo.
Salieron, pues, á su encuentro Gran-Corazón, Contrito, Varón-santo, No-osar-mentir y Penitente, todos armados, La fiera, al principio se mostró furiosa, y miraba con gran desprecio á sus enemigos; pero éstos, que eran robustos y diestros en el uso de la armas, la emprendieron con ella en términos que la hicieron batir retirada; ellos entonces volvieron á casa de Mnason.
El monstruo tenía ciertas épocas para sus salidas y tentativas contra los niños del pueblo; por lo tanto, en dichas épocas estos varones valientes lo acechaban y no dejaban de acometerle; tanto que no sólo quedó herido, sino también cojo, de modo que ya no podía causar tantas víctimas entre los niños como antes; y algunos creen confiadamente que la fiera morirá á consecuencia de sus heridas,
Estos hechos extendieron por todo el pueblo el renombre de Gran-Corazón y sus compañeros, y muchas personas que carecían de gusto por las cosas espirituales, los tenían á ellos en gran estima y respeto. Por este motivo los peregrinos no recibieron mucho daño en aquel lugar; sin embargo, hubo algunos malvados, ciegos como un topo y torpes como bestias, que ni tuvieron respeto á aquellos héroes ni hicieron caso de su valor y sus hazañas.
***
CAPÍTULO XVII
Gran-Corazón y su compañía llegan á los prados deleitosos.
Muerte del gigante Desesperación y demolición del castillo de la Duda.
Desaliento y su hija son libertados.
Llegó por fin el tiempo en que los peregrinos debían emprender de nuevo su marcha, y comenzaron á hacer los preparativos para la misma. Llamaron á sus amigos, toma-consejo con ellos, y también dedicaron algún tiempo encomendarse mutuamente á la protección de su Príncipe. Recibieron varios presentes de sus amigos, consistiendo todos en cosas apropiadas á los débiles, lo mismo que a los fuertes; á las mujeres, lo propio que á hombres, proveyéndoles de lo necesario para el camino. Dispuesta ya la marcha, salieron, y después de haberlos acompañado sus amigos hasta donde les fue posible, se encomendaron de nuevo al amparo de su Rey, y se despidieron.
Los que eran de la compañía de los peregrinos iban delante, precedidos de su guía. En

consideración á la debilidad de las mujeres y niños, tenían que andar lentamente conforme éstos podían soportar las fatigas de la marcha; sucedió que Próximo-á-cojear y Flaca-Mente tenían mayor número de compañeros que compadeciesen sus flaquezas.
Una vez fuera del pueblo, y despedidos sus amigos, pronto llegaron al sitio donde Fiel sufrió el martirio; allí, pues, hicieron alto, y dieron gracias á Aquel que le había prestado alientos para sobrellevar tan bien su cruz; tanto más, cuanto que hallaron que sus padecimientos, con tanto valor y resignación soportados, redundaban en beneficio de ellos mismos.
Después de esto, anduvieron un buen trecho hablando de Cristiano y Fiel, y de cómo Esperanza unió su suerte con la de Cristiano después de la muerte del primero.
De este modo avanzaron hasta llegar á la altura llamada Lucro, donde había la mina de plata que había apartado á Demas de su peregrinación, y en la que, según se cree, cayó Interés-privado, y pereció. Esto dio algo que pensar á los peregrinos; pero cuando llegaron al antiguo monumento que se hallaba al otro lado de la llanura, es decir, á la columna de sal que se elevaba á la vista de Sodoma y de su lago hediondo, se maravillaron, como antes lo había hecho Cristiano, de que personas dotadas de tanto conocimiento y agudeza de ingenio como Demas y sus compañeros, se hubiesen ofuscado lo bastante para extraviarse en tal lugar. Sin embargo, al reflexionarlo bien, consideraron que las desgracias, que han alcanzado á otras per-sonas, no dejan honda impresión en la naturaleza humana, mayormente si lo que se mira reviste los atractivos que tanto la halagan.
Siguiendo los peregrinos su camino, vi que llegaron al río que se encuentra á este lado de la montaña de las Delicias, y en cuyas dos riberas crecen árboles frondosos, las hojas de los cuales sirven para prevenir indigestiones; donde los prados son verdes todo el año, y donde con perfecta seguridad podían echarse á descansar.
En los prados lindantes con el río había corrales y apriscos para ovejas, y una casa para la crianza de los corderos y las criaturas de las mujeres que van en peregrinación. Había también un Hombre compasivo que se encargaba de ellos, y que llevaba á los corderos en sus brazos y pastoreaba suavemente á las paridas. Cristiana aconsejó a sus cuatros nueras que confiasen al cuidado de este Hombre sus pequeñitos, para que al lado de aquellas aguas fueran albergados, socorridos y criados, y para que en el porvenir no faltase ninguno de ellos. El Hombre compasivo, si uno se pierde, lo recoge otra vez: «Liga al perniquebrado corrobora al enfermo». Allí no les falta comida, bebida y vestidos; y están libres de las asechanzas de los ladrones y mala gente, porque su Pastor morirá antes que se pierda uno de aquellos que le están confiados. Además, están seguros de recibir buena educación y consejos, y se les enseña á andar por las veredas rectas, lo que es un favor de no escaso precio. También allí se encuentran aguas delicadas, prados deliciosos, flores hermosísimas y una gran variedad de árboles, especialmente de los que llevan fruto; fruto no como aquel de que comió Mateo, que caía del muro del huerto de Beelzebub, sino fruto que proporciona salud donde no la hay, y la fortalece y aumenta donde existe.
Las madres estaban muy contentas de encomendar sus hijitos a tal persona, y otro incentivo á ello fue el que todo había de ser á expensas del Rey; de modo que aquel era como una especie de asilo para niños y huérfanos. Luego prosiguieron los viajeros su peregrinación, y al ir al Prado de la Senda Extraviada, en el que Cristiano y Esperanza cayeron presos del gigante Desesperación y fueron encerrados en el castillo de la Duda, sentáronse los peregrinos y consultaron entre sí sobre el mejor partido que podían tomar. Algunos opinaban que antes de ir más adelante, ya que eran tan numerosos y capitaneados por un hombre como Gran-Corazón, sería mejor acometer al gigante, derribar su castillo, y si hallaban algunos peregrinos en él, ponerlos en libertad. Los pareceres eran diversos. Unos dudaban que fuese lícito poner pie en tierra no consagrada; otros decían que sí podía uno hacerlo, con tal que su propósito fuese bueno. Entonces dijo Gran Corazón:
Este último aserto no es siempre verdad; no obstante, he recibido órdenes de resistir

al pecado y de pelear siempre en defensa de la fe; y en este caso, ¿con quién, decidme, he de luchar sino con el gigante Desesperación? Acometeré, por lo tanto, la empresa de quitarle la vida y de arrasar el castillo de la Duda. ¿Quién me acompañará?
Yo iré—dijo el anciano Integridad.
Y nosotros también añadieron los cuatros hijos de Cristiana, que eran jóvenes y robustos. A las mujeres las dejaron en el camino, y con ellas Flaca-Mente y Próximo-á-cojear con sus muletas, para protegerlas hasta su regreso; lo que podían hacer sin riesgo, porque á pesar de la proximidad del gigante, con sólo quedarse en el camino, un niño las podía conducir.
Subieron entonces, Gran-Corazón, Integridad y los cuatros mozos al Castillo de la Duda, en busca del gigante Desesperación. Al llegar á la puerta del castillo llamaron con estrépito inusitado. El viejo gigante presentóse, seguido de cerca de su esposa Desconfianza.
—¿Quién espreguntó— el atrevido que de este modo molesta al gigante Desesperación?
Soy yo, Gran-Corazón, respondió el guíaconductor de peregrinos y al servicio del rey del país celestial, y te mando que dejes franca la entrada, pues vengo decidido á ir contigo y demoler tu castillo, después de haberte arrancado la vida.
El gigante Desesperación, que era muy corpulento, se sentía invencible, y confiando en su fuerza inusitada, decía: me ha de espantar Gran-Corazón á mí, que he vencido á los mismos ángeles? Ajustó, pues, su armadura, y salió. En la cabeza llevaba un yelmo de acero, un peto flamante protegía por delante, sus pies estaban calzados de hierro, su mano blandía un formidable garrote. Así que el gigante salió de su castillo, Gran-Corazón y sus compañeros lo cercaron, atacándole por todos lados; y cuando Desconfianza, la giganta, vino en su socorro, el anciano Integridad derribóla de un golpe. Su esposo hizo una desesperada resistencia, y aun después de derribado por sus adversarios forcejeaba con furia, y defendía su vida con un valor digno de mejor causa; pero Gran-Corazón, con el valor y fuerza que le distinguía, consiguió por fin decapitar al gigante.
Acto seguido, pusiéronse á derribar el castillo de la Duda tarea muy fácil de llevar á cabo, una vez muerto su dueño. Este trabajo los ocupó por espacio de siete días. En los calabozos encontraron á un tal Desaliento, casi muerto hambre, y á su hija Mucho-Temor, á estos dos los salvamos; pero era pasmoso ver los cadáveres que yacían aquí y por allá en el patio del castillo, y huesos humanos de que estaban atestados los calabozos.
Consumada esta hazaña por Gran Corazón y sus compañeros, tomaron bajo su protección á Desaliento con su hija Mucho-Temor, que eran personas honradas, aunque habían estado encerrados en el castillo de La Duda, como prisioneros del gigante Desesperación. Sepultaron el cuerpo del tirano debajo de un montón de piedras, y tomando su cabeza bajaron al camino para contar á los demás lo sucedido.
Grandísimo fue el contento y gozo de Flaca-Mente y Próximo-á-cojear, al reconocer la cabeza de Desesperación, Cristiana, que sabía tocar la viola, y su nuera Misericordia el laúd, viéndolos tan alegres, tocaron una melodía. A Próximo-á-cojear le entraron deseos de bailar, y tomando de la mano á Mucho-Temor, bailó con ella una danza. Verdad es que no podía bailar sin auxilio de una muleta; mas no por esto dejó de brincar como un joven: la moza también se hizo acreedora á muchos elogios por lo bien que correspondió á la música.
Por lo que respecta á Desaliento, poco caso hacía de la música; pues estaba más bien para comer que para bailar, tan grande era su desfallecimiento. Para su alivio inmediato, Cristiana le dio un trago del licor que tenía, ínterin le preparaba algo para comer, y al poco rato el pobre se reanimó y comenzó á cobrar fuerzas.
Vi luego en mi sueño que Gran-Corazón tomó después la cabeza del gigante, y colocóla al lado del camino enfrente mismo de la columna que Cristiano había erigido para precaver á los que viniesen más tarde contra el riesgo de entrar en su territorio. Debajo de la cabeza grabó el guía en una piedra de mármol los siguientes versos:

Ved aquí la cabeza del Gigante
Que á pobres peregrinos aterraba;
Su castillo ya queda derribado,
Y muerta su mujer Desconfianza.
Gran-Corazón, de oscuros calabozos
A Desaliento y á su hija saca. Quien tenga dudas, que se fije en esto,
Y      serán, como nubes, disipadas.
Esta cabeza libertad anuncia,

Y al verla, de placer los cojos bailan.
***
CAPÍTULO XVIII
Los peregrinos en las Montañas de las Delicias. Afable recibimiento que les fue dispensado por los Pastores.
Después de la hazaña mencionada, nuestros bravos y valientes peregrinos siguieron adelante hasta llegar á las Montañas de las Delicias, donde Cristiano y Esperanza se habían refrigerado con los deleites variados de aquel sitio. Allí también hicieron conocimiento con los Pastores, quienes les dieron la bienvenida, lo mismo que antes habían hecho con Cristiano y su compañero.
Viendo los Pastores el numeroso séquito que venía en pos de Gran Corazón (á él le conocían bien), dijéronle:
Buena compañía traes. ¿Dónde hallaste á todos éstos?
El guía presentó á los peregrinos, diciendo:
Aquí viene Cristiana con sus hijos
Y sus nueras, cual Carro que señala
El polo, y manifiesta el camino,

Que lleva del pecado hasta la gracia. Integridad peregrinando viene,
Y       Pronto-á cojear con Mente-Flaca.
Como ambos son sinceros, no han querido

Que atrás sus compañeros les dejaran.
Desaliento también va con nosotros
Y Mucho-Temor, su hija, le acompaña.
¿Podemos hospedarnos aquí mismo,
Ó deberemos proseguir la marcha?
Bien venida sea tan hermosa compañíadijeron los Pastores; aquí tenemos consuelos y comodidades para los débiles, lo mismo que para los fuertes. Nuestro Príncipe hace caso de lo que se hace con el más pequeño de éstos; por eso la flaqueza no debe impedirnos mostrar hospitalidad Entonces, conduciendo á los peregrinos á la puerta del palacio, dijeron:Ven, Flaca-Mente, y tú, Próximo-á-cojear, entra; adelante, Desaliento, y entra tú, Mucho-temor Luego, volviéndose hacia el guía, le advirtieron: A estos los llamamos por su nombre, porque son los más dispuestos á retirarse; pero os dejamos en la acostumbrada libertad á vosotros que sois fuertes.
GRAN-COR. Hoy veo que la gracia resplandece en vuestros rostros, y que sois

verdaderamente Pastores de mí Señor; no habéis empujado con el hombro á las ovejas flacas, sino antes bien, conforme es vuestro deber, habéis esparcido flores en su camino hacia el palacio, entraron entonces los débiles y flacos, seguidos de Gran-Corazón y los demás. Una vez sentados las Pastores, preguntaron á los más débiles: ¿Qué se os ofrece? Porque aquí las cosas han de conducir á la corroboración de los flacos y á la amonestación de los desobedientes. Seguidamente les hicieron un festín de cosas nutritivas, fáciles de comer y agradables al paladar, después de cuyos obsequios retiráronse á sus respectivas habitaciones en busca descanso.
Los Pastores tenían por costumbre, dada la gran elevación de las montañas, enseñar á los peregrinos antes de su partida algunas de las cosas raras que desde allí podían verse. Por consiguiente, la próxima mañana, en que la atmósfera era muy despejada, después de haberse desayunado los viajeros, los condujeron al campo y les enseñaron lo que antes habían mostrado á Cristiano.
Seguidamente los acompañaron á nuevos sitios. En primer lugar, se dirigieron al Monte de las Maravillas, donde, á una gran distancia de ellos, vieron á un hombre que con palabras hacía levantar y moverse los collados. No comprendían el significado de esto, por lo que los Pastores les dijeron que el hombre era hijo de un tal Gran-Gracia (de quien nos hemos ocupado ya en la primera parte de esta obra), y que se encontraba allí para enseñar á los peregrinos á derribar ó arrancar de su camino, por medio de la fe, cuantas dificultades se les ofreciesen. Ya lo conozco por su superioridad sobre la mayor parte de los hombres dijo Gran-Corazón.
De allí los condujeron á otro lugar, llamado el Monte de la Inocencia, en cuyo paraje vieron un hombre, vestido completamente de blanco, y dos sujetos, llamados Prevención y Malevolencia, que de continuo le tiraban fango; y he aquí que toda la inmundicia que le echaban encima, en breves momentos se caía, dejando sus vestidos tan blancos y limpios como si no los hubieran ensuciado.
PEREGRINOS. ¿Qué es lo que significa esto?
PASTORES. Este se llama Piadoso, y sus vestidos blancos representan la inocencia de su vida. Los que le tiran barro son personas que odian su virtud; pero así como habéis notado que el cieno no se adhiere á sus vestidos, así también sucederá con aquel que de veras viva inocentemente en este mundo. Quienes quieran que sean los que intenten empañar la justa fama de tales hombres, su trabajo resultara inútil, pues que Dios, con su inquebrantable justicia no tardará mucho en hacer que su inocencia resplandezca como la luz del medio día.
Acto seguido los acompañaron al Monte de la Caridad, y les mostraron un hombre que tenía delante de sí una pieza de tela, de la que cortaba vestidos para los pobres que le rodeaban, á pesar de lo cual la pieza no sufría ninguna disminución.
Estodijeron los Pastores en contestación á una pregunta de los peregrinos es para mostraros que aquel cuyo corazón le impulsa á trabajar en favor de los pobres, no le faltará con qué hacerlo. «El que saciare, él también será saciado», y la torta que dio la viuda al profeta no fue de que tuviese menos harina su barril.
En otro sitio se les enseñó á dos hombres, llamados Necio y Falto-de-juicio, que se ocupaban en lavar á un negro con intención de emblanquecerlo; pero cuanto más lo lavaban más negro parecía. Preguntados qué representaba aquello, dijeron: «Así sucederá con la persona vil; cuantos medios se empleen para alcanzarle un buen nombre, acabarán por hacerle todavía más abominable. Así son los Fariseos y así será con todos los hipócritas.»
Entonces dijo Misericordia á su suegra Cristiana:
Madre, si me permite, quisiera ver la puerta que hay en el collado, que comúnmente llaman el postigo del infierno.
Habiéndolo manifestado su suegra á los Pastores, todos dirigieron sus pasos allá. La puerta se encontraba en la falda de la colina, y los Pastores, abriéndola, dijeron á Misericordia que escuchase un rato. Aplicando ésta su oído, oyó á uno que decía: Maldito sea mi padre por

haber apartado mis pies del camino de la paz y de la vida. Otro decía:—¡Ojala que hubiere sido despedazado antes que por salvar mi vida perdiera mi alma!Mientras un tercero exclamaba:Si pudiera volver á vivir, ¡cuánto me negaría á mí mismo antes que venir á parar á este lugar!Entonces pareció á la joven que la tierra gemía y temblaba de miedo bajo sus pies, y al alejarse de allí temblando y con el rostro pálido, dijo:—¡Felices aquellos que se ven libres de este lugar!
Habiendo visto todas estas maravillas, los peregrinos fueron conducidos de nuevo al palacio, donde los Pastores los agasajaron con lo mejor que había en la casa. Misericordia, como pasa alguna vez con las mujeres, se había enamorado de un objeto que en la casa vio, pero se avergonzaba de pedirlo; tan vehemente fue su anhelo de obtenerlo, que casi se puso enferma, lo que llamo la atención de su suegra,
—¿Qué tienes? preguntóle ésta.
Hay en el comedor un espejocontestó— del cual no puedo apartar mis pensamientos; si no logro poseerlo, temo que me ocurra alguna desgracia.
Ya manifestaré tus deseos á los Pastoresdijo Cristiana; estoy segura de que no te lo negarán.
Peroañadió la joven me avergüenzo de que éstos sepan que he deseado algo,
De ningún modo, hija mía; lejos de ser una vergüenza, es una virtud anhelar una cosa como esa.
En ese casodijo Misericordia, si te place, pregunta á los Pastores si quieren vendérmelo.
El espejo era único en su especie. Mirándolo por un lado, veía uno fielmente reproducidas sus propias facciones; mirándolo por el opuesto, reflejaba el mismo rostro e imagen del Príncipe de los peregrinos. He tratado con los que son capaces de hablar sobre el asunto, y me han dicho que mirando en aquel espejo han visto la misma coronando de espinas su frente, lo propio que las heridas en sus manos, en sus pies y en su costado. Además cual, tal excelencia posee dicho espejo, que representa al Príncipe de la manera que uno quiera verlo, vivo ó muerto, en la tierra ó en el cielo, en su humillación ó en su exaltación, viniendo al mundo á sufrir ó viniendo á reinar,
Cristiana, por lo tanto, dirigióse A los Pastores, que se llamaban Ciencia, Experiencia, Vigilancia y Sinceridad, manifestóles aparte el anhelo de Misericordia.
EXPER. Llámala, llámala; tendrá ciertamente cuanto podamos proporcionarle.
Llamada Misericordia, le preguntaron: Qué es lo que deseas?
MISER. (Sonrojándose). El espejo que está colgado en el comedor.
Sinceridad corrió en busca de él, y con unánime consentimiento le fue dado. Ella entonces, inclinándose, les dio las gracias, diciendo:
Por esto sé que he hallado gracia en vuestros ojos, dieron también á las demás jóvenes cuantas cosas deseaban, y á sus respectivos maridos gran encomio, por cuanto se habían unido á Gran-Corazón para dar muerte al Gigante Desesperación y echar á tierra el castillo de la Duda. Al propio tiempo, las mujeres todas recibieron de sus manos alhajas de gran valor para el adorno de sus personas.
Cuando nuestros peregrinos desearon proseguir su camino, los despidieron en paz, sin darles las advertencias y amonestaciones que antes habían dirigido á Cristiano y su compañero. La razón de esto se fundaba en que tenían á Gran-Corazón por guía quien, estando al corriente de todo, podía advertirles el peligro más oportunamente, esto es, cuando fuese inminente. Las amonestaciones que Cristiano y Esperanza recibieron de parte de los Pastores habían caído ya en olvido antes de que llegara el momento de valerse de ellas. Por consiguiente, en este respecto esta compañía llevaba una ventaja sobre la otra. De esta morada salieron los peregrinos, y mientras caminaban alzaron sus voces cantando:
¡Qué bien han preparado estas mansiones

para solaz del pobre peregrino!
¡Cómo se nos recibe! ¡Cuántos dones
Para quien lleva el celestial camino!
Nos hacen ver hermosas novedades
Por darnos grande gozo en nuestra vida;
Y el objeto de todas sus bondades
Es hacer nuestra marcha sostenida.
***
CAPÍTULO XIX
Encuentro con Valiente-por-la verdad, quien se junta á la compañía; de su historia se comprende cómo un hombre puede triunfar en todas las dificultades.
Poco tiempo después de haberse separado de los Pastores, llegaron los peregrinos al sitio donde Cristiano se había encontrado con Vuelve-atrás, natural del pueblo de Apostasía. Gran-Corazón les recordó aquel incidente, diciendo:
Este es el lugar donde Cristiano encontró á Vuelve-atrás, con un letrero en sus espaldas explicando la naturaleza de su rebelión. Este sujeto no quiso escuchar ningún consejo, sino que, una vez caído, la persuasión fue del todo inútil para detenerlo. Cuando este hombre llegó al sitio donde está la cruz y el sepulcro, encontró á uno que le encareció que contemplase aquel espectáculo; pero él, rechinando los dientes y dando patadas en el suelo, dijo que estaba resuelto á volver á su propio pueblo. Antes de que llegase á la Puerta, Evangelista le salió á su encuentro, y quiso persuadirle para dirigirle otra vez al camino, pero Vuelve-atrás lo resistió con muchos improperios, y escalando un muro se escapó. Siguiendo los peregrinos avanzando, y precisamente en el sitio donde antes Poca-fe había sido robado, vieron á un hombre en pie, con su espada desnuda en la mano y el rostro todo ensangrentado. Preguntóle Gran-Corazón:
—¿Quién eres?
Me llamo Valiente-por-la-verdad. Soy peregrino, y me dirijo á la Ciudad Celestial. Seguía mi camino, cuando tres hombres me asaltaron, proponiéndome tres cosas: Había de elegir entre 1°, asociarme con ellos; 2°, volver al lugar de donde vengo; ó 3°, morir aquí mismo. A lo primero contesté que, siendo hombre leal y honrado desde hacía mucho tiempo, no era de esperar que ahora uniera mi suerte con la de unos ladrones. Entonces me preguntaron qué contestación daba á la segunda proposición. Les dije que si no hubiese sufrido muchas molestias y peligros en el lugar de donde había salido, no lo hubiera abandonado; pero hallando que me era del todo inconveniente, lo dejé para seguir este camino. Luego me preguntaron qué decía en cuanto á lo tercero.Mi vidadijeme ha costado demasiado cara para que ligeramente 1a pierda; además, no os toca á vosotros hacerme tal proposición, por lo que, á vuestro riesgo sea si me tocáis.
Entonces los tres malvados, que se llamaban Ligero-de-cascos, Inconsiderado y Pragmático, me embistieron, y yo á mi vez desenvainé mi espada para defenderme. Por más de tres horas peleamos cuerpo á cuerpo, uno contra tres. Mis contrarios han dejado en mí algunos rastros de su valor, y se han llevado también algunos del mío. Acaban de huir; supongo que, presintiendo vuestra llegada, escaparon.
GRAN-COR. La lucha era muy desigual, tres contra uno. VALIENTE. Es verdad; pero unos cuantos más ó menos no hacen nada á aquel que es partidario de la verdad. «Aunque se asiente campo contra mí (ha dicho uno), no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo en esto confío». Además, he leído en los archivos que un hombre solo luchó contra un ejército. ¡A cuántos hirió son con la quijada de un asno!

GRAN-COR. ¿Por qué no alzaste la voz para que viniese alguien en tu socorro?
VALIENTE. Así lo hice, clamando á mi Rey, quien como sabía yo, podía oír y otorgar ayuda invisible, y esto me bastó.
GRÁN-COR. Te has portado dignamente. ¿Me dejarás ver tu espada?
Valiente-por-la-verdad se la enseñó. El guía, después de haberla examinado atentamente, dijo: ¡Ah! Es una buena de hoja Jerusalén.
VALIENTE. Lo es. Tenga un hombre en su mano una de estas hojas para blandiría y emplearla con destreza, y podrá aventurarse al combate contra un ángel. No ha de temer su acierto, con tal que sepa manejarla. Sus filos no se embotaran nunca. Penetra carne y huesos, alma, espíritu y todo.
GRAN-COR. La pelea duró mucho tiempo; es extraño que no estuvieses cansado.
VALIENTE. Luché hasta que mi mano quedó unida á mi espada, como si ésta fuese continuación de mi brazo, y la sangre caía de mis dedos; entonces fue cuando con más valor me batí.
GRAN-COR. Bien has hecho; has «resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado». Te quedarás con nosotros, y compartiremos la misma suerte, porque somos compañeros tuyos.
Tomándolo entonces, le lavaron las heridas y le dieron de lo que tenían, para refrigerarle: y luego caminaron juntos, recreándose Gran-Corazón con su compañía. Valiente-por-la-verdad desde luego se captó un amor no fingido, porque el guía encontró en él un hombre que sabía defenderse. Siguieron, pues, andando, y Gran-Corazón, para animar á los que eran flacos y débiles, hizo muchas preguntas á su nuevo compañero de viaje. Primero le interrogó acerca de su país.
VALIENTE. Soy del País-de-las-tinieblas; allí nací y allí están todavía mis padres.
GRAN-COR. Si no me equívoco, el País-de-las-tinieblas, está en la misma región que la Ciudad de Destrucción.
VALIENTE. Justo. Lo que me indujo á salir en peregrinación fue lo siguiente: vino a nuestro distrito un tal Cuenta-la-verdad relatando lo que había hecho Cristiano, aquel que salió de la ciudad de Destrucción, dejando á su mujer é hijos, y abrazando la vida de peregrinación; según decía, había matado una serpiente que había salido á obstruirle el paso, y había llegado felizmente donde se dirigía. Nos contó lo del recibimiento benévolo que se le había dispensado en cada una de las hospederías de su Señor, y de la acogida cariñosa que había recibido á las puertas de la Ciudad Celestial. Allí nos dijo el hombre, cómo fue recibido á son de trompetas por una compañía de seres resplandecientes; cómo echaron á vuelo todas las campanas de la ciudad, por el gozo que sentían al recibirle, y cómo se le vistió de ropaje espléndido, junto con otras muchas cosas que es excusado contar. En una palabra: el forastero de tal modo contó la historia de Cristiano y su viaje, que sentí mí corazón arder en deseos de seguirle; ni mis padres pudieron detenerme. Me arranqué de sus brazos, y hasta aquí he ido en mi camino.
GRAN-COR. Entraste por la puerta, ¿no es verdad?
VALIENTE. Oh, si; el mismo hombre nos dijo que todos nuestros esfuerzos resultarían vanos, si no principiásemos entrando por la puerta.
GRAN-COR. (Dirigiéndose á Cristiana.) Veo que la noticia de la peregrinación de tu marido y lo que por medio ella ha alcanzado, se ha divulgado por todas partes.
VALIENTE. ¡Cómo! ¿Es ésta la viuda de Cristiano?
Sí, ella es; y éstos son sus cuatro hijos.
VALIENTE. ¿Y ellos también son peregrinos?
GRAN-COR. En efecto, siguen sus huellas.
VALIENTE. Me alegro de todas veras. ¡Cuan gozoso estarán el buen Cristiano al ver entrar por las puertas de la ciudad á los que en un tiempo no querían acompañarle!
GRAN-COR. Sin duda, esto le infundirá mucha alegría, después del gozo que debe sentir al encontrarse él mismo en aquel lugar, será grande el que sentirá al ver A su esposa é

hijos allí.
VALIENTE. Algunos ponen en duda, que nos conozcamos unos á otros allá. Ya que estamos en esto, quisiera oír lo que opinas sobre el particular.
GRAN COR. ¿No creen que se conocerán á sí mismos, o que se regocijarán al verse rodeados de bienaventuranza? Si no les cabe duda de esto, ¿por qué no conocer á otros también y alegrarse de su bienestar? Además, siendo así nuestros parientes están tan íntimamente relacionados con nosotros (si bien ese parentesco desaparece allí), ¿por no podemos lógicamente suponer que estaremos más contentos de verlos allí que no de echarlos de menos?
VALIENTE. Bien; creo que la razón te asiste en cuanto ;i esto. ¿Tienes algo más que preguntarme acerca del comienzo de mi viaje?
GRAN-COR. Sí, quería preguntarte si tus padres querían dejarte emprender la peregrinación.
VALIENTE. Muy al contrario, emplearon todos los medios que pueden imaginarse para persuadirme á quedarme encasa.
GRAN-COR. ¿Qué podrían decir en contra de semejante vida?
VALIENTE. Decían que era una vida perezosa, y que si yo no tuviera disposición para la vagancia y la holgazanería, nunca podría aceptar la condición del peregrino.
GRAN-COR. ¿Alegaron acaso algo más?
VALIENTE. Me dijeron también que el camino más peligroso del mundo era el de los peregrinos.
GRAN-COR. Te habrán indicado sin duda en qué consistía lo peligroso del camino.
VALIENTE. SÍ, y entraron en muchos detalles. Me hablaron del pantano de la Desconfianza, en el que Cristiano estuvo á punto de ahogarse; dijeron que en el castillo de Beelzebub había arqueros dispuestos a lanzar sus saetas contra los que llamasen a la portezuela; me hablaron de bosques y tenebrosas montañas, del collado Dificultad, de los leones, de los tres gigantes Sanguinario, Aporreador y Mata-lo-bueno. Además, dijeron que por el valle de Humillación vaga un ente inmundo que casi acabó con Cristiano, y que tendría que atravesar el valle de Sombra-de-Muerte, donde abundan duendes y espectros, donde la luz son tinieblas, y donde el camino está erizado de redes, barrancos, trampas y armadijos. Luego me refirieron lo del gigante Desesperación con el castillo de la Duda, y la ruina que allí aguardaba á los peregrinos; me dijeron que tendría que cruzar la Tierra-Encantada, que es peligrosa, y que, por fin, daría con un río que me separaría del país celestial, y para salvar el cual no existe puente alguno.
GRAN-COR. ¿Nada más?
VALIENTE. No fue esto todo. Advirtiéronme que en el camino abundan farsantes y toda clase de gente mala que acechan á los buenos para desviarlos.
GRAN-COR. ¿Cómo comprobaron esto?
VALIENTE. Me aseguraron que un tal Sabio según-el-mundo, acecha á los caminantes para engañarlos; que Formalista é Hipocresía están continuamente por allí; que interés-privado, Locuacidad ó Demás se me acercarían con sus seducciones; que Adulador me prendería en su red; ó en compañía de Ignorancia de la cabeza verde, presumiría yo llegar hasta la puerta del cielo, y sólo conseguiría llegar al postigo que existe en la falda de cierto collado, por el que sería arrojado por el camino más corto al infierno.
GRAN-COR. Estas noticias eran harto desanimadotas: y con esto pusieron fin á sus persuasiones?
VALIENTE. Nada de eso. Después probaron otros medios y me contaron de muchos que antiguamente habían probado este camino, y se habían adelantado mucho en él por ver si por ventura descubrían algo de aquella gloria que tantas personas habían ponderado, y con gran satisfacción del país entero regresaron, calificándose de fatuos por haber dado un solo paso en esa dirección; y por más señas, me nombraron varios que habían obrado así, cuales eran

Obstinado y Flexible, Temeroso y Desconfianza, Vuelve-atrás y Ateo, junto con otros varios, algunos de los cuales, decían, habían ido muy lejos en busca de esas dichas, pero ni uno de ellos había sacado de sus esfuerzos la más mínima ventaja.
GRAN-COR. ¿Objetaron algo más para desalentarte?
VALIENTE. Sí— por último, me hablaron de un peregrino, llamado Receloso, que encontró el camino tan solitario, que en todo él no disfrutó de una hora agradable; y de un tal Desaliento, que estuvo á pique de morir de hambre; y además, lo que casi había olvidado yo, agregaron que Cristiano mismo, de quien tanto ruido se había hecho, A pesar de todos sus esfuerzos para conseguir una corona celestial, indudablemente pereció ahogado en el Río Negro, sin lograr dar un paso más allá, por más que lo habían callado.
GRAN-COR. ¿Y nada de esto te desanimó?
VALIENTE. Muy al contrario, todo cuanto decían me parecía que no tenía importancia alguna.
GRAN COR. ¿Cómo fue eso?
VALIENTE. Fue porque todavía creía lo que Cuenta-la-verdad, había dicho, y esta convicción me hacía despreciar toda clase de temores.
GRAN-COR. Esta, pues, fue tu victoria, tu fe.
VALIENTE. Justo; creí, y por eso me puse en el camino; batíme con todos cuantos se opusieron á mi paso, y por la fe he llegado hasta aquí.
Miren bien estos ejemplos:
Los que quieran ser viadores,
Y desechen los temores
De este valle terrenal.

Viento, lluvia ni borrasca.
Apartan al peregrino,
Que, firme, sigue el camino
De la Patria Celestial.
Aunque le cuenten historias
Para infundir desaliento,
No conseguirán su intento
Ni su fuerza abatirán;
Ni los leones le arredran,
Ni el infierno le intimida,
Y con marcha sostenida
Llega al fin á Canaán.

Los espectros y fantasmas.
Que ante el cobarde aparecen,
Con la fe se desvanecen
Y          no asustan al leal:
Y Satanás, derrotado
Por el bravo peregrino,
Le deja libre el camino
De la Patria Celestial.






***
CAPITULO XX
Los peregrinos posan por Tierra-Encantada- miserable suerte que cabe á los que descuidan tus deberes. Encuentro con Firmeza, y la victoria que éste alcanzó sobre las seducciones fiel del
mundo.
Los caminantes se encontraban ya próximos á la Tierra-Encantada, cuya atmósfera, saturada de emanaciones soporíferas, aletargaba los sentidos. El país estaba cubierto de abrojos y espinas, excepto unos claros aquí y allá, en que había unos cenadores encantados, en los cuales, si uno se echa á dormir, es poco probable que vuelva levantarse ó despierte en este mundo. Al través, pues, de estos matorrales, caminaron nuestros viajeros: Gran-Corazón, conforme con su carácter de guía, iba delante, y Valiente-por-la-verdad, cerraba la columna, sirviendo de guardia, por si acaso algún demonio, dragón, gigante ó ladrón los atacase por la espalda. Ambos andaban con su espada desnuda en la mano, por cuanto sabían que el lugar era peligroso. Al propio tiempo, animábanse unos á otros como mejor podían. Gran-Corazón había dispuesto que Flaca-Mente viniese inmediatamente detrás de él, mientras que Desaliento estaba bajo el cuidado especial de Valiente.
Poco se habían internado en este territorio, cuando cayó sobre ellos una espesa niebla, acompañada de densas tinieblas, de modo que por algún tiempo apenas podía uno distinguir á su compañero, y se veía obligado á cerciorarse de la presencia de los demás por medio de las palabras, porque no andaban por la vista.
No hay necesidad de decir que si en semejantes circunstancias aun los más fuertes se veían apurados, ¡cuánto peor no sería para los niños y mujeres, que eran tiernos de pies lo mismo que de corazón! Sin embargo, estimulados por palabras de Gran-Corazón y de Valiente-por la verdad, salieron airosos del paso.
El camino también era muy pesado, pues los conducía á través de un terreno húmedo y cenagoso, en el que ni se veía ni había en toda la comarca una sola posada ó mesón en que obtener refrigerio para los débiles, los que en su cansancio gemían, se lamentaban y suspiraban. Mientras tropezaban en las matas que embarazaban el camino, se atascaban en el fango, perdiendo en él sus zapatos, y solo haciendo inauditos esfuerzos conseguían vencer las innumerables dificultades que se les presentaban.
En este penoso camino encontraron un cenador que ofrecía apetecible descanso á los caminantes; arriba estaba delicadamente labrado é interiormente hermoseado con ramajes, y amueblado con bancos y escaños. Había también un blando canapé, en el que los cansados podían recostarse. Todo esto, dadas las circunstancias, era muy halagüeño, porque los peregrinos empezaban á resentirse de la pesadez del camino; pero ni uno de ellos hizo siquiera proposiciones de descansar allí. Por lo que veía yo, prestaban siempre tanta atención á los consejos del guía, y éste tan fielmente les advertía los peligros al aproximarse á ellos, y la naturaleza de los mismos, que por lo general, cuando más cerca estaban de ellos era cuando más valor cobraba, y más se animaban mutuamente á refrenar la voluntad de la carne. Esta glorieta se llamaba «El amigo de los Perezosos,» con el propósito de tentar, si fuese posible, á los caminantes cansados á entregarse allí al reposo.
Luego vi que los peregrinos continuaron atravesando este lugar solitario, hasta llegar á un sitio donde uno puede fácilmente equivocar el camino. Teniendo el guía la luz del sol, no tenía ninguna dificultad en evitar las sendas extraviadas; mas ahora en la oscuridad se encontraba algún tanto perplejo; pero tenía en el bolsillo un mapa de todos los caminos, tanto los que conducen á la Ciudad Celestial como los que se bifurcan con él y llevan á otras partes. Encendió, por tanto, una luz (porque nunca viaja sin ella) y examinó bien su plano, el cual le indicaba que en aquel sitio debía uno cuidar de tomar á la derecha. Si no hubiese tenido la precaución de mirar el mapa, según todas las probabilidades, hubieran perecido ahogados en el cieno, por que un poco más adelante, y al extremo de la senda más transitable de todas, había un foso, cuya profundidad se ignora, lleno de fango hasta el borde, y hecho de intento para la perdición de los caminantes.

Entonces pensé en mi interior: ¿Quién, yendo en peregrinación, dejaría de proveerse de uno de estos mapas, para consultarlo acerca de su camino en caso de duda?
Siguiendo su viaje á través de esta Tierra-Encantada, llegaron los peregrinos á otro cenador construido al lado del camino, en el cual yacían dos hombres llamados Descuidado y Demasiado-atrevido. Estos dos sujetos habían llegado hasta este punto de su peregrinación; pero, sintiéndose cansados del viaje, entraron para descansar, y un sueño profundo se apoderó de ellos. Nuestros peregrinos, al percibirlos, se pararon y menearon la cabeza, sabiendo que estaban en una situación lastimosa. Consultando entre sí lo que debía hacerse, si debían seguir su camino dejándolos dormidos, ó entrar y hacer un esfuerzo por despertarlos, si podían, pero con la precaución de cuidar de no sentarse ni dejarse seducir por los deleites que ofrecía el cenador.
Acordado esto, entraron y hablaron á los hombres, llamándolos por sus nombres, porque el guía, por casualidad, los conocía; pero no hubo contestación alguna. Viendo esto Gran-Corazón los sacudió, é hizo cuanto pudo para despertarlos.
Ya te pagaré cuando haya cobrado dijo uno de ellos, a cuya contestación el guía meneó la cabeza.
Lucharé— exclamó el otro mientras pueda empuñar mi espada.
Esto hizo reír á uno de los niños, pero Cristiana preguntó:
Qué significa esto? GRAN COR. Estos hablan soñando. Que se los hiera, golpeé o se les haga cualquier cosa, contestarán de este modo ó como uno de ellos dijo antiguamente, cuando las olas del mar le azotaban, y él dormía como en la punta de un mastelero: (Cuando despertare, aún lo tornaré á buscar). Ya sabéis que los hombres, cuando hablan en así, dicen cualquier cosa, pero sus palabras no son dirigidas por la fe ni por la razón. Hay incoherencia ahora entre el ir en peregrinación y sentarse aquí. He aquí pues, lo que resulta cuando personas descuidadas van en peregrinación: de veinte uno se salva porque esta Tierra-Encantada es una de las últimas guaridas que posee el enemigo. Por eso está situada como ven, casi al término del camino, llevando, por consiguiente, más ventaja contra nosotros. Porque, raciocina el enemigo, ¿cuando tendrán esos necios más deseos de sentarse que cuando estén cansados? ¿Y cuándo han de estar más cansados que cerca del fin de su carrera? Por esta razón, digo, la Tierra-Encantada está situada tan cerca del país de Beulah, tan próxima al fin del camino. Que todos los peregrinos, pues, miren por sí, no sea que les acontezca lo mismo que á éstos, que, como veis, se han dormido y nadie los puede despertar.
Entonces, temblando, ansiaban los peregrinos ir adelante; pero antes de ordenar de nuevo la marcha rogaron al guía que encendiese una luz, para que por lo que restaba del camino pudiesen caminar á la luz de una linterna. Con esta ayuda terminaron bien el camino, aunque era densa la oscuridad).
Los niños, empero, comenzaron á sentir una fatiga excesiva, y clamaron á Aquel que ama á los peregrinos, rogándole que les luciese más cómodo el camino. Al poco rato levantóse un viento que disipó la niebla, dejando la atmósfera más despejada. No habían llegado ni con mucho al extremo de la Tierra-Encantada, pero sí podían mejor distinguirse unos á otros y mejor escoger su camino.
Cuando, por fin, faltaba poco para verse fuera de este territorio, acertaron á oír a alguna distancia un sonido solemne como de uno ocupado en una conversación interesante. Siguieron avanzando, y percibieron un hombre de rodillas, sus manos y ojos alzados al cielo, hablando, según parecía, con ardor con alguien que debía estar arriba. Acercáronse los peregrinos; mas no pudieron distinguir las palabras, por lo cual anduvieron despacio y silenciosamente hasta que hubo acabado. Concluida su oración, el hombre se levantó y echó a correr en dirección á la Ciudad Celestial. En esto Corazón llamole gritando:
—¡Eh, amigo! Si te diriges, como supongo, á la Ciudad Celestial, deja que gocemos de tu compañía,

El hombre entonces se detuvo, y nuestros caminantes le alcanzaron. Así que Integridad lo vio, exclamó: yo conozco a éste.
—¿Quien es? preguntó Valiente.
Es uno que viene de cerca donde habitaba yo. Se llama Firmeza, y por cierto que es peregrino de buena ley.
Al encontrarse, Firmeza dijo a Integridad:
—¡Hola, padre Integridad! ¿Eres tú?
INTEG. Sí, yo soy.
FIRM. ¡Cuánto me alegro de encontrarte en este camino!
INTEG. Y yo no menos de haberte visto de rodillas.
FIRM. (Poniéndose colorado). ¿Cómo? ¿Me viste?
INTEG. Sí que te vi, y mi corazón saltó de gozo á semejante vista.
FIRM.- ¿Y qué pensaste?
INTEG. ¿Qué había de pensar? Pensé que teníamos un hombre formal en nuestro camino, y que pronto gozaríamos de su compañía.
FIRM. Feliz de mí si tu juicio no resulta equivocado; no soy lo que debiera ser, yo solo tendré que sufrir las secuencias.
INTEG. Es mucha verdad; pero tus temores me convencen más todavía de la armonía que existe entre el Príncipe de los peregrinos y tu alma; porque dice: «Bienaventurado el hombre que siempre está temeroso».
VALIENTE. Ahora bien, hermano; te ruego nos digas por qué hace poco estabas de rodillas. ¿Fue acaso que algunas señaladas mercedes te habían impuesto nuevas obli-gaciones, ó qué?
FIRM. Yo os lo diré. Estamos, como veis, en la Tierra-Encantada, y yo, conforme caminaba, estaba reflexionando sobre cuan peligroso es el camino en esta parte, y cuántos que han llegado hasta este punto de su viaje, aquí han sido detenidos y han perdido la vida. Pensaba también en la clase de muerte que aquí alcanza a los hombres. Los que en este sitio se pierden no fallecen de ninguna enfermedad fulminante. La muerte de estos desgraciados no les es penosa, porque aquel que muere entregado en brazos del sueño, parte de aquí con deseo y placer, y se allana á la voluntad de esa enfermedad.
INTEG. ¿Has visto tú, aquellos dos hombres que duermen en el cenador?
FIRM. Sí, he visto allí á Descuidado y Demasiado-atrevido, y por lo que presumo, allí permanecerán hasta que se pudran. Pero déjame continuar mi relato. Mientras andaba entregado á tales reflexiones, se me presentó una mujer, graciosamente ataviada, pero muy vieja, que me ofreció tres cosas: es decir, su persona, su bolsa y su lecho. Pues bien, es la verdad que sobre estar cansado tenía sueño, y también, como tal vez sabría la hechicera, soy pobre como un ratón. La rechacé una y dos veces, pero no hizo caso de mis negativas, y sonreía. Entonces comencé á enfadarme, pero eso no le importaba nada. Volvió á hacerme ofrecimientos, y dijo que si quería dejarme gobernar por ella, me daría honra y felicidad, porquedijo soy dueña mundo, y por mi mediación los hombres son felices, preguntele cómo se llamaba, y me dijo, la señora Burbuja. Esta noticia me alejó todavía más de ella; pero ella, por su parte, no dejaba de perseguirme con sus seducciones. Entonces me eché de rodillas, y alzadas las manos, elevé fervorosas oraciones á Aquel que nos ha prometido su auxilio, La mujer acababa de marcharse cuando llegasteis, y yo, viéndome salvado de este gran peligro, seguí dando gracias por ello, pues verdaderamente creo que no me quería ningún bien, sino que, al contrario, deseaba detener mi viaje.
INTEG. Sin género de duda, sus designios eran malos, calla, ya que me hablas de ella, se me figura que la he visto ó que he leído algo acerca de ella,
FIRM. Ambas cosas tal vez.
INTEG. ¡Señora Burbuja! ¿No es ella una mujer: Alta, bien parecida, y de tez algo trigueña?

FIRM. Justo, has acertado; este es su retrato exacto.
INTEG. ¿Habla muy suavemente, finalizando cada frase con una sonrisa?
FIRM. La pintas perfectamente.
INTEG. ¿Y lleva un gran bolsillo á su lado, en el cual mete muy á menudo la mano, y hace sonar su dinero como a la delicia de su corazón?
FIRM. Si hubieses estado delante mientras conversábamos no hubieras podido más acertadamente pintármela, o describir su apariencia.
INTEG. En ese caso, el que la pintó era buen retratista, y lo que escribió respecto á ella era verdad.
GRAN-COR. Esa mujer es una bruja, y en virtud de sus hechicerías, esta tierra está encantada. Quienquiera que repose su cabeza en su regazo, tanto le valiera ponerla en el tajo sobre el que está suspendida el hacha; y quienesquiera que sean los que fijan los ojos en su hermosura, están considerados como enemigos de Dios. Ella es la que mantiene en su esplendor a todos los enemigos de los peregrinos, y ella también es quien ha comprado á muchas personas para hacerles desistir de su peregrinación. Es muy habladora, y ella y sus hijos siempre están persiguiendo a los peregrinos, bien haciendo elogios de los bienes de esta vida, bien ofreciéndoselos. Es una mujerzuela atrevida y descarada, que no teme dirigirse á cualquier hombre. A los peregrinos pobres los ridiculiza, mientras que ensalza en extremo á los ricos. Si en un pueblo se encuentra uno bastante hábil para sonsacar dinero, ella cantará sus alabanzas de casa en casa. Tiene mucha afición á los banquetes y comidas opíparas, y siempre frecuenta las mesas mejor provistas. En algunas partes ha hecho correr la voz de que es diosa, y por eso algunos la adoran. Tiene períodos señalados y lugares públicos para engañar, y dice y protesta que ninguno puede mostrar un bien comparable al suyo. Promete morar con los hijos de los hijos, con tal que la amen y halaguen. En algunas partes y con algunas personas, prodiga el oro de su bolsillo como si fuese polvo. Lo que le gusta es que corran detrás de ella, que hablen bien de ella, y verse halagada de los hombres. Jamás se cansa de recomendar sus géneros, y á los que más ama es á aquellos que la tienen en más alto concepto. Promete á algunos, coronas y reinos con tal que sigan sus consejos; sin embargo, ha conducido á muchos á la horca, y á muchísimos más al Infierno.
FIRM. ¡Oh, qué ventura que haya yo podido resistir á ella! ¿Quien sabe dónde me hubiera arrastrado?
GRAN-COR. Dios sólo sabe dónde; pero sin entrar en pormenores, es cierto que te habría encaminado á muchas codicias locas y dañosas, que hunden á los hombros en perdición y muerte.
Fue ella quien indispuso á Absalón con su padre, é incitó a Roboam en contra de su amo. Fue ella quien persuadió a Judas á que vendiese á su Señor, y quien indujo á Demas á abandonar la vida de peregrino piadoso; nadie sabe cuán grande es el mal que hace. Suscita discordias, gobernadores y súbditos, entre padres é hijos, entre vecinos, entre esposos, entre la carne y el corazón. Por lo cual buen Señor Firmeza, deseo que tu carácter se ajuste con tu nombre y está firme, habiéndolo acabado todo.
Durante estos discursos, los sentimientos de los peregrinos habían fluctuado entre el gozo y el temor; por fin, preponderó la gratitud, por haber podido evitar tan triste suerte, y prorrumpieron todos en el siguiente cántico:
Está expuesto el viador á muchos riesgos,
Y tiene poderosos enemigos;
Muchas sendas conducen al pecado,
Y así debe marchar apercibido.
Es posible caer en zanja oculta, En fuego ó en pantanos escondidos;

Pero si vela en oración constante, Incólume saldrá de los peligros.
***
CAPITULO XXI
Los peregrinos se ven rodeados de delicias en el país de Beulah, y son llamados uno por uno á pasar el río de la Muerte y entrar en la Ciudad Celestial.
Entretanto, los caminantes habían atravesado ya la Tierra-Encantada, y los vi llegar al país de Beulah, donde el sol brilla de día y de noche. Estando fatigados, se dieron por algún tiempo al descanso, y puesto que este país estaba sin reserva al obsequio de los peregrinos, y sus huertas y viñedos eran del Rey del País Celestial, les era permitido servirse libremente de cuanto había. Poco tiempo necesitaron allí para reparar sus fuerzas: las campanas se echaban de continuo á vuelo, y las trompetas no cesaban de herir el oído con sus notas melodiosas, de modo que nuestros viajeros no podían dormir, y, sin embargo, se sentían tan refrigerados como si hubieran dormido profundamente. En este lugar delicioso se oía continuamente decir á los que paseaban por las calles:
Han llegado más peregrinos.
Otros contestaban diciendo:
Y tantos han atravesado hoy el río, y han sido admitidos á las puertas de oro.
Mientras, otra voz anunciaba la llegada de una legión de seres resplandecientes, por lo cual se sabía que había más peregrinos en camino, pues que allí viene á aguardarlos, á poder consolarlos después de todas sus tribulaciones. Levantáronse entonces los peregrinos y se pasearon, o resonaban en sus oídos los sonidos celestiales y recreabanse sus ojos con visiones excelsas. En este país, sus sentidos, lo mismo que su espíritu, no recibían ninguna impresión desagradable; sólo cuando probaron el agua del río que habían de cruzar, les pareció algo amarga al paladar ¿aunque una vez pasada era más dulce.
Guardábase en este, lugar un archivo, en el que constaban los nombres de los que antiguamente habían sido peregrinos, junto con una relación de todas sus proezas. En el documento se consignaba que algunos, en el momento de atravesar el río, se habían encontrado con la marea alta, mientras que para otros había habido grandes reflujos; algunos lo habían pasado casi en seco, y otros lo habían hallado desbordado.
Los niños del pueblo solían entrar en los jardines del Rey y coger ramilletes, llevándolos á los peregrinos corno muestras de gran cariño. Allí crecían también la resina, el azafrán, el cálamo aromático, el árbol de canela, incienso, la mirra y áloes, con una gran variedad de especias. Con éstas las habitaciones de los peregrinos eran perfumadas durante su permanencia, y con las mismas eran ungidos sus cuerpos, á fin de que estuviesen preparados para atravesar el río cuando llegase el tiempo señalado.
En este sitio permanecían los peregrinos aguardando la hora de su partida, cuando se divulgó la noticia de que llegado al pueblo un mensajero de la Ciudad-Celestial- con nuevas de gran importancia para una tal Cristiana, viuda de Cristiano el peregrino. Preguntóse por ella, y pronto dieron con la casa en que se alojaba. Entonces el mensajero le entregó una carta, cuyo contenido era el siguiente: «¡Salve, buena mujer! Esta es para hacerte saber que el Maestro te llama, y espera que, vestida de inmortalidad, comparecerás ante su presencia dentro del plazo de diez días.»
Después de leerle la carta, le dio, en prueba de que era mensajero verdadero que venía á ordenarla se apresurase á partir, una prenda, que consistía en una flecha apuntada de amor, y que, introducida suavemente en su corazón, obraría en ella poco á poco y con tanto acierto, que á la hora señalada debía partir.

Viendo Cristiana que había llegado su hora, y que había de ser la primera de su compañía que atravesase el río, hizo venir á Gran Corazón para, participarle la nueva. Este le dijo que se alegraba mucho de la noticia, y que hubiera estado contento si el mensajero hubiese venido por él. Cristiana entonces pidióle su consejo con respecto á los debidos preparativos para el viaje. El guía le facilitó todos los informes que necesitaba, añadiendo Y nosotros que te sobrevivimos, te acompañaremos hasta la orilla.
En seguida, llamando á sus hijos, bendíjolos, diciéndoles que todavía discernía con gran consuelo suyo la señal que se había puesto en sus frentes; que se alegraba mucho de verlos á su lado y de que hubiesen guardado sus vestidos tan blancos. Por fin legó á los pobres lo poco que tenía, y encareció á sus hijos é hijas estuviesen apercibidos para cuando viniese el mensajero en busca de ellos.
Habiendo hablado en estos términos á su guía y á sus hijos, Cristiana hizo llamar a Valiente-por-la-verdad, y dijole: En todo lugar te has mostrado leal y sincero; sé fiel hasta la muerte, y mi Rey te dará una corona de vida. Te suplico que tengas cuidado de mis hijos, y si en cualquier ocasión los ves desfallecidos, los animes y consueles. En cuanto á mis nueras, ellas han sido fieles, y al fin recibirán el cumplimiento de la promesa.
Firmeza le regaló un anillo. Luego hizo venir al anciano Integridad, y de él dijo: He aquí un verdadero Israelita en el cual no hay engaño.
Esperodijo éste que tendrás buen tiempo cuando salgas para el Monte Sión, y me alegraré de ver que atravieses el río en seco. Pero Cristiana le respondió:
Que lo pase en seco ó mojado, anhelo partir; porque sea cual fuere el tiempo que reine durante la travesía, bastante tiempo tendré al llegar para descansar y enjugar mis vestidos.
Después entró para verla Próximo-á-cojear. A éste le dijo Cristiana:
Tu viaje acá ha sido dificultoso; el reposo te parecerá más dulce en comparación de ello. Pero vela y está preparado, porque á la hora menos pensada podría llegar mensajero.
Habiéndose presentado Desaliento y su hija Mucho-Temor, en su cuarto, les dijo:
Debéis acordaros siempre con agradecimiento demuestro rescate de manos del gigante Desesperación y del castillo-de la-Duda. A consecuencia de aquella merced, habéis podido llegar hasta aquí. Sed cuidadosos, y desechad todo «Sed sobrios y esperad hasta el fin.»
Por último, dirigióse á Flaca-Mente, diciendo: fuiste librado de la boca del gigante Mata-lo-bueno, para que pudieras vivir para siempre á ojos de los vivientes y vieses con alegría á tu Rey; pero te aconsejo que, antes de que te llame, te arrepientas de tu tendencia á abrigar temores y dudas de su bondad, no sea que cuando venga te veas obligado, por ese defecto, á estar en su presencia avergonzado.
Llegó el día en que Cristiana debía atravesar el río, y un gran número de personas se habían estacionado en el camino para verla emprender su viaje. Pero he aquí que la orilla opuesta estaba llena de caballos y carros que habían descendido para escoltarla á la puerta de la Ciudad. Entonces salió y entró en el río haciendo señal de despedida á los que la habían acompañado á la ribera. Las últimas palabras que oyeron pronunciar fueron:
Vengo, Señor, á estar contigo y bendecirte.
Cuando los hijos y amigos de Cristiana perdieron de vista á ésta y al séquito que á la orilla opuesta la aguardaba, regresaron á sus casas. Cristiana, por su parte, subió, llamó y entró por la puerta, siendo celebrada su llegada con las mismas aclamaciones de regocijo que antes se habían tributado á su marido.
Sus hijos lloraron su partida, pero Gran-Corazón y Valiente, gozosos, tañeron sobre sus bien afinados instrumentos músicos, y volvieron los peregrinos á sus respectivos alojamientos.
Con el tiempo llegó otro mensajero al pueblo, teniendo que ver esta vez con Próximo-á-cojear. Cuando lo hubo hallado, le dijo:
Vengo en nombre de Aquel á quien has amado y seguido, aunque apoyado en muletas; estoy encargado de decirte que te espera para cenar con Él á su mesa, en su reino, el

día después de Pascua; por lo tanto, apercíbete para este viaje.
Le dio también señal de que era mensajero fiel, diciendo: Te han quebrado la cadena de plata y
roto el cuenco oro.
En vista de esto, Próximo-cojear, llamó á sus compañeros de viaje, y díjoles:
A mí me han llamado, y Dios ciertamente os visitará también.
Rogó entonces á Valiente-por-La Verdad, le hiciese el testamento, y puesto que no tenía nada que dejar á los que le vivieran sino muletas y buenos deseos, Estas muletas dijo las lego al hijo mío que anduviera en mis pisadas, con mil deseos de que sea mejor que su padre, después de haber agradecido a Gran Corazón su bondad y buenos servicios, se arregló para el viaje. Llegado A la del río, exclamó:
Ya no tendré más necesidad de estas muletas, pues allá hay carros y caballos que me aguardan.
Las últimas palabras suyas que pudieron distinguir fueron:
Bienvenida sea la Vida.
Y así se sumergió en las aguas del río.
Más tarde participaron á Flaca-Mente, que el mensajero había tocado la corneta a la puerta de su habitación. Entrando éste, le dijo:
Vengo á decirte que tu Señor tiene necesidad de ti, y que dentro de muy poco debes ver su rostro en Gloria; y en prueba de la verdad de mi mensaje, toma esto: Se oscurecerán los que miran por las ventanas.
Entonces Flaca-Mente hizo venir á sus amigos, y los enteró del mensaje que le habían traído, y de la prenda que había recibido de la verdad del mismo, añadiendo:
-Siendo así que no tengo nada que dejar a nadie, ¿por qué hacer testamento? En cuanto á mi mente flaca, la dejaré aquí, porque no tendré necesidad de ella en el lugar á que me dirijo. Ni es digna de ser legada al más pobre peregrino; por lo tanto, te ruego, señor Valiente-por la-verdad, la entierres en un estercolero. Dicho esto, y llegado el día de su partida, entró en el río como lo habían hecho los demás. Según se iba internando le oyeron decir:
Manteneos firmes en la fe y paciencia.
Y con estas palabras salvó la otra orilla.
Trascurridos muchos días, Desaliento fue llamado con el mensaje siguiente:
-Hombre tembloroso, ésta es para advertirte que estés preparado el domingo próximo para dar voces de júbilo cerca de tu Rey, por la liberación de todas tus dudas. Añadió el mensajero: Recibe esto en señal de que el recado es verdad: «E hizo que una langosta le fuera una carga gravosa».
Cuando Mucho-temor, su hija, se enteró de esto dijo que acompañaría á su padre.
Ya sabéis dijo Desaliento a sus amigos lo que hemos sido mi hija y yo, y cuan molestamente nos hemos portado en toda circunstancia. Nuestro testamento es que nadie ja-más, desde el día de nuestra partida, participe de nuestros serviles temores y desconfianzas; pues ya sé que después de nuestra muerte se ofrecerán á otros. Por decir la verdad, éstos son fantasmas que acogimos cuando primero nos pusimos en camino, y jamás hemos podido deshacernos de ellos. Estos espectros pretenderán ser acogidos de parte de los peregrinos pero por amor de nosotros cerradles la puerta.
Sonó por fin la hora de su partida, y dirigiéronse á la orilla del río. Las últimas palabras de Desaliento fueron:
—¡Adiós, noche; bienvenido sea el día! Su hija atravesó el río cantando, pero nadie pudo comprender lo que decía.
Acaeció que algún tiempo después de estos sucesos vino al pueblo un mensajero que preguntaba por Integridad, Llegando á su casa, entrególe en la mano las siguientes líneas Se te manda que de hoy en ocho días estés preparado para presentarte delante de tu Señor en la casa de su Padre; y en prueba de que este mensaje es verdadero, «todas las hijas de canción serán humilladas». Integridad les llamó á sus amigos, y les dijo: Muero, pero no haré

estamento. Mi integridad irá conmigo; que lo sepan los que vinieren después. Llegado el día señalado, apercibiose para hacer la travesía. El río, en aquel entonces, se había desbordado en algunas partes; pero Integridad, que en vida había apalabrado á un tal Buena-Conciencia para que le auxiliase, encontróle allí, y dándole la mano, le ayudó a través de las aguas. Así partió Integridad del mundo, con las palabras «¡La gracia reina!»
Luego se extendió el rumor de que Valiente-por-la-verdad había recibido un llamamiento por el mismo correo, y prenda de que el aviso era verdad, «su cántaro se quebró junto á la fuente». Comprendiendo esto, participólo a sus amigos. Ahoradijovoy á casa de mi Padre, y aunque con mucha dificultad he llegado hasta aquí, ya no son los trabajos y molestias que el viaje me ha ocasionado. Dejo mi espada á aquel que me sucediere en la peregrinación, y mi valor y pericia á quien pueda lograrlos. Llevaré conmigo mis huellas y cicatrices para dar testimonio de que he peleado la batalla de Aquel que será ahora mi galardón.
El día de su partida muchos le acompañaron á la ribera. Entrando en el río, exclamó:— ¡Oh muerte! ¿Dónde está tu aguijón? Y luego, sumergiéndose en las aguas:—¡Oh sepulcro! ¿Dónde está tu victoria? Con estos acentos de triunfo alcanzó la otra orilla, y fue recibido á son de trompeta.
Después de esto llegó un aviso para Firmeza (al que los demás peregrinos encontraron de rodillas en la Tierra-Encantada), cuyo recado el mensajero le trajo abierto en sus manos. El contenido de la carta era que debía prepararse para un cambio de vida, porque su Señor no quería que por más tiempo estuviera tan alejado de Él. Recapacitando Firmeza sobre esta noticia,
No has de dudaragregó el mensajerode la verdad de mi recado, pues he aquí la seña: «La rueda está rota sobre el pozo».
Firmeza, entonces, llamó á su lado á Gran-Corazón, y le dijo: Si bien no me cupo la suerte de estar mucho en tu compañía en los días de mi peregrinación, sin embargo, desde que te conozco me has servido de provecho. Cuando salí de casa dejé esposa y cinco hijuelos; te ruego que a tu regreso (pues sé que volverás á casa de tu Señor, con la esperanza de que sirvas aún de guía á más santos peregrinos), envíes á mi familia noticias de cuanto me ha sucedido ó sucederá. Hazles saber mi feliz llegada á este país y el estado bienaventurado en que me encuentro. Cuéntales también lo de Cristiano y Cristiana, su esposa, y de cómo ella y sus hijos siguieron en pos de su marido y padre. Diles Feliz fin tuvo ella y adonde ha ido. Tengo poco ó nada que enviar á mi familia, á no ser rogativas y lágrimas en suyo, y bastará que se lo participes por si acaso prevalezcan con ellas.
Cuando Firmeza hubo así dejado arregladas todas las cosas y llegada ya la hora en que debía apresurarse á partir, bajó al río. En aquel tiempo sucedió que había un gran reflujo en el río; de consiguiente, Firmeza, cuando hubo llegado próximamente á la mitad, paróse un rato y habló con los amigos que le habían acompañado:
Este ríodijoha infundido terror a muchas personas, y mí también el pensar en él me ha espantado muy a menudo. Pero ahora estoy tranquilo, y mis pies están firmes en aquello sobre que descansaron los pies de los sacerdotes que llevaban el Arca del Pacto cuando Israel atravesó el Jordán. Las aguas, en verdad, son amargas al paladar y frías al estómago; pero el pensamiento de aquello á que me dirijo y de la escolta que me aguarda en la otra ribera, enardece mi corazón.
Me veo ahora al término de mi viaje; mis días de trabajo han concluido. Voy ahora á ver aquella cabeza que por mi fue coronada de espinas y aquel rostro que por mí fue escupido.
Hasta ahora la fe me ha dirigido, pero en adelante será a Aquel cuya compañía constituye mis delicias.
Me ha gustado oír hablar de mi Señor, y dondequiera que haya visto en la tierra la huella de sus pies, allí he anhelado poner también mi pie. Su nombre me ha sido más oloroso que los más exquisitos perfumes, y su voz dulcísima y más he deseado yo contemplar su rostro que el hombre pueda anhelar la luz del sol. Su palabra me ha servido de alimento escogido y de

antídoto contra mis desmayos. «Me ha sostenido y guardado de mis iniquidades; sí, mis pasos los ha fortalecido en su camino.»
Mientras estaba en estos discursos, su rostro sufrió un cambio, «se encorvó su hombre fuerte,» y habiendo exclamado:Recíbeme, porque a ti voy, dejó de ser visto de ellos.
¡Pero cuan glorioso era ver la multitud de caballos y carros, de trompeteros y flauteros, de cantores y tañedores (los instrumentos de cuerda, que en la orilla opuesta los aguardaba para darles la bienvenida conforme subían y entraban, uno tras otro, por las hermosas puertas de la Ciudad!
Por lo que toca á los hijos de Cristiana, los cuatro jóvenes que llevó consigo, con sus esposas é hijos, no esperé hasta que hubiesen pasado el río. Además, desde que me aparté de aquel lugar, he oído á uno decir que aún viven; de manera que contribuirán por algún tiempo al aumento de la Iglesia en aquella parte.
Si me toca en suerte pasar otra vez por allí, puede que den á los que lo desee un relato de las cosas que por el presente callo. Entretanto, digo á mis lectores:
ADIÓS.