LA PEREGRINA
Viaje de Cristiana y sus hijos a la Ciudad Celestial bajo el símil de un sueño
SEGUNDA PARTE DE «EL PEREGRINO»
PROLOGO DE LA SEGUNDA PARTE DE «EL PEREGRINO»
CAPÍTULOS 6-10
CAPÍTULO VI
Los peregrinos reciben otras enseñanzas en casa de Intérprete, donde también se les dispensa hospitalidad.— El baño de la Santificación.
Cuando volvieron á casa, como la cena no estaba todavía servida, Cristiana rogó de nuevo al Sr. Intérprete les enseñase ó dijese otras cosas provechosas. El buen señor, sin dilación, dio principio á una serie de dichos ó refranes sentenciosos.
—Cuanto más gorda es la puerca, más deseos tiene de revolcarse en el cieno; cuanto más engordado el buey, más alegremente va al matadero; y cuanto más sano el hombre robusto, más propenso es al mal.
Las mujeres anhelan andar bien compuestas y garbosas; lo hermoso es estar adornado con lo que es de gran precio á los ojos de Dios.
Es más fácil velar una noche ó dos, que un año entero; así también es más fácil empezar á andar bien, que perseverar hasta el fin.
Cualquier capitán, viendo su barco en peligro de la tempestad, echará primero al mar lo que es de menos valor. Nadie sino el que no tema á Dios se desharía primero de lo más
precioso é importante.
Una sola vía de agua bastará para echar á pique al navío, y un pecado causará la ruina del pecador.
Quien se olvida de su amigo, usa de ingratitud hacia él; pero quien olvida á su Salvador, es despiadado consigo mismo.
El que vive en pecado y espera alcanzar la bienaventuranza de la otra vida, es semejante á aquel que siembra cizaña y espera llenar sus graneros de trigo ó cebada.
El hombre que quiera vivir bien, viva cada día como si fuese su último.
El cuchicheo y el cambio de pensamientos son pruebas evidentes de que el pecado existe en el mundo.
Siendo así que el mundo, al cual Dios tiene en poco, es tan apreciado de los hombres, ¿qué será el cielo que Dios encomienda?
Cuando nos aficionamos tanto á esta vida, tan pródiga en penalidades, ¿qué será con la vida eterna?
Todos están para alabar la bondad de los hombres; pero ¿quién aprecia debidamente la bondad de Dios?
Rara vez nos levantamos de comer sin dejar viandas sobre la mesa; así también hay en Cristo más mérito y más justicia de lo que necesita el mundo entero.
Acabados estos proverbios, Intérprete los condujo otra vez al huerto, y les enseñó un árbol cuyo interior se había podrido y estaba hueco; y, no obstante, crecía y producía hojas.
—¿Qué significa esto?—preguntó Misericordia.
—A este árbol—contestó,— cuyo exterior es hermoso mientras que el interior está podrido, pueden compararse a muchos de los que están en el huerto de Dios: con la boca le alaban y engrandecen, pero no quieren hacer nada por Él; son de hermosa apariencia, pero sus corazones no sirven sino para ser alimento para el brasero de Satanás.
Anuncióse ya la cena, y habiendo dado gracias se sentaron todos á comer. Intérprete, como era su costumbre, entretuvo á sus huéspedes con música durante la comida. Además de los instrumentistas, había uno que con voz timbrada cantó:
Sólo el Señor me sostiene; Él me sustenta y me cuida; Mientras Él así me guarde, Nada mi alma necesita.
Sólo el Señor me sostiene; Él me sustenta y me cuida; Mientras Él así me guarde, Nada mi alma necesita.
Cuando cesaron la música y el canto, Intérprete preguntó á Cristiana qué era lo que la había impulsado á la vida de peregrinación.
CRIST.— En primer lugar, me afligía á causa de la pérdida de mi marido: esto no era sino el resultado de afectos naturales. Luego acudieron en tropel A mi memoria las aflicciones y la peregrinación de mi esposo, junto con mi ruin y miserable conducta hacia él. En seguida apoderóse de mí tal convicción de mi pecado, que por poco causa mi muerte; pero, afortunadamente, soñé ver la bienaventuranza de mi esposo, al paso que recibí una carta de invitación de su Rey. La carta y el sueño juntos produjeron tan honda impresión en mi ánimo, que me obligaron á dar este paso.
ÍNTER. — Pero ¿no encontraste ninguna oposición antes de salir?
CRIST.— Sí, señor; una vecina mía, una tal Temerosa, llamóme loca, y calificó de desesperada la empresa que tenía proyectada. Hizo todo lo posible por desanimarme, recordándome las penas y fatigas que sufrió mi marido; pero sus argumentos no me convencieron. Lo que sí me turbó, fue un sueño que tuve, de dos mal encarados que parecían armarme trampas para hacer malograr mi empresa; todavía esto me tiene embargado el espíritu, y me hace desconfiar de cuanto transeúnte encuentro, y no son infundados mis temores, pues os diré en confianza que de la puerta acá ambas fuimos tan ferozmente
acometidas por dos bribones, muy parecidos á los de mi sueño, que nos vimos obligadas á dar voces pidiendo socorro.
ÍNTER.— El principio ha sido bueno: tu postrimería será bendita en gran manera. Y á tí—dijo dirigiéndose á Misericordia,— ¿qué es lo que te indujo á venir acá, amada mía? No tengas miedo—añadió, al verla sonrojada y temblorosa;— puedes hablar con franqueza.
—MISER.— Mi poca experiencia me impone silencio, y al propio tiempo me infunde temor de no poder alcanzar la gloria. No puedo hablar de visiones y sueños como mi amiga; ni tampoco sé lo que es lamentar el haber rehusado el consejo de buenos parientes.
ÍNTER.— ¿Qué, pues, te llevó á tal determinación?
MISER.— Cuando ésta se arreglaba para salir del pueblo, yo y otra vecina fuimos á hacerle una visita; le preguntamos qué hacía, y nos manifestó que la habían llamado á seguir á su marido, y que lo había visto en un sueño en un bellísimo lugar, rodeado de seres inmortales, sus sienes ceñidas de una corona, un arpa en sus manos cantando alabanzas á su Dios, y que comía y bebía en presencia de su Rey. Al escuchar tales palabras, mi corazón ardía en mí, y dije en mi interior: Si esto es verdad, dejaré padre, madre y ciudad nativa, y, si se me permite, acompañaré á Cristiana; pues veía que era sumamente peligroso permanecer en nuestra ciudad. Sin embargo, salí con el corazón oprimido, no porque no tuviese deseos de partir, sino porque tantos parientes míos se quedaban allí. Y ahora, heme aquí, anhelando dirigirme con Cristiana al país celestial.
ÍNTER.— Has principiado bien, por cuanto has dado crédito á la verdad. Eres como Ruth, quien por el amor que tenía á Noemí y al Señor su Dios, dejó á su padre, á su madre y á su propio país, para ir á morar en medio de una gente que no conocía. «El Señor galardone tu obra, y recibas una cumplida remuneración del Señor Dios de Israel, pues has venido á cobijarte debajo de sus alas».
Acabada la cena, luciéronse los preparativos para el descanso de la noche. A las mujeres se les proporcionaron habitaciones, y los niños ocuparon juntos otro cuarto que les fue destinado. Misericordia, sin embargo, se hallaba tan gozosa, que no pudo conciliar el sueño: sus dudas y temores se habían desvanecido, y permaneció toda la noche bendiciendo y alabando á Dios que le había otorgado tan señalados favores.
Levantáronse al amanecer, y se disponían para la marcha; pero Intérprete quiso que esperasen un breve rato, porque les dijo:— Debéis salir de aquí bien aliñados.—Por orden suya la doncella Inocente, que les había abierto la puerta el día anterior, los condujo á la casa de baños situada en el jardín, á fin de que se quitaran el polvo del camino. Allí, pues, se lavaron todos, saliendo luego no sólo limpios y refrescados, sino también vivificados y fortalecidos en todas las junturas del cuerpo; de modo que volvieron á la casa con mucha más bella apariencia que cuando salieron.
—«Hermosos como la luna»— exclamó Intérprete al verlos regresar. Entonces pidió el sello con que solían sellarse los que eran purificados, é imprimióles una señal por la cual podrían ser conocidos en todas partes. El sello era el recuerdo de la Pascua que comieron los hijos de Israel al salir de Egipto. Y la marca les fue puesta entre los ojos, la cual realzaba mucho su hermosura y la gravedad de sus rostros, haciéndolos parecidos á los de los ángeles.
En seguida, dijo Intérprete á la doncella que les asistía que trajese del vestuario vestiduras á propósito para todos. Así, pues, fue y les trajo vestidos blancos, de lino fino, limpio y brillante. Una vez ataviadas las mujeres, parecía que cada una infundía miedo á la otra, porque no podía ver en sí misma la gloria que resplandecía en la otra. Por lo tanto, empezaban ú considerarse cada una inferior a otra.
—Tú eres más hermosa que yo—decía la una;— Tú eres más bella que yo—respondía la otra. Los niños igualmente quedaron sorprendidos al ver la transformación que se había efectuado.
Llegado ya el momento de la despedida, Intérprete llamó á uno de sus criados, un tal Gran-Corazón, ordenándole que debidamente armado condujese á las peregrinas al Palacio
Hermoso, en donde habían de parar. Este cogió, pues, sus armas para ir delante de ellos, y todos se pusieron en marcha, siendo despedidos con muchas expresiones de amistad y deseos de un próspero viaje. Al verse de nuevo encamino, prorrumpieron en acentos de júbilo cantando:
Este lugar, nuestra segunda etapa,
Nos ha mostrado cosas de provecho,
Que en edades pasadas para muchos Ocultas estuvieron.
Aquel escarbador, la grande araña,
Las gallinas y sus pollos son ejemplos
De lecciones que dejan en mi mente
Indelebles recuerdos.
Carnicero, jardín, campo sembrado,
Pitirrojo que come sucio insecto,
Y árbol de hueco tronco con sus hojas,
Son faenes argumentos,
Que me mueven á orar, velando siempre,
Á luchar con propósito sincero,
Y á soportar mi cruz día tras día,
Á mi Señor sirviendo.
***
CAPÍTULO VII
Cristiana y sus compañeros, acompañados de Gran-Corazón, llegan á la Cruz: conversación
que allí tuvieron respecto déla justificación.— Ven á Simple, Pereza y Presunción colgados de
una horca para escarmiento de los malhechores.-—Llegan al pie del collado Dificultad.
Después de esto, vi en mi sueño que nuestras peregrinas, siguiendo á Gran-Corazón, llegaron al sitio donde la carga de Cristiano se había deslizado de sus espaldas y rodando había caído en un sepulcro. Allí se detuvieron para bendecir á Dios.
—Ahora—dijo Cristiana— me viene á la memoria lo que se nos dijo á la puerta, es decir, que recibiríamos el perdón por palabra y obra; por palabra, esto es, por la promesa; por obra, esto es, por la manera como nos fue obtenido. Yo sé algo de lo que es la promesa; y usted, señor Gran-Corazón, sabrá sin duda lo que es recibir el perdón por obra; por lo tanto, explíquenoslo si es su voluntad.
GRAN COR.— El perdón por obra es el perdón obtenido por uno á favor de otro que tiene necesidad de él. El perdón que vosotros habéis alcanzado os fue procurado por otro, esto es, por Aquel que os dio entrada por la puerta; esto lo ha obtenido de doble manera; ha hecho justicia con que cubriros y ha derramado su sangre para limpiaros.
CRIST.— Pero si se desprende de su justicia propia, ¿qué le quedará para él mismo?
GRAN-COR.— Tiene más justicia de la que necesitáis. Este de quien hablo no tiene igual. Posee en una persona dos naturalezas, que fácilmente se distinguen, pero no pueden separarse. A cada una de estas naturalezas le pertenece una justicia que le es esencial. Por consiguiente, no participamos de la una ni de la otra justicia, en el sentido de que quedáramos revestidos de ella para vivir por la misma. Además, éste posee una justicia en virtud de la unión de las dos naturalezas, que ni es la justicia de su deidad como distinta de su humanidad, ni la de su humanidad como distinta de su deidad; sino una justicia propia de la unión de estas dos naturalezas, y que puede llamarse la que es esencial á su preparación por Dios para el oficio mediatorio que le fue confiado. No podría desprenderse de la primera sin dejar de ser Dios: ni
de la segunda sin manchar su humanidad: ni de la tercera sin abandonar aquella perfección que le habilita para el oficio de Mediador. Posee, pues, otra justicia, que consiste en la obediencia á una voluntad revelada, y de esta reviste á los pecadores y con ella cubre sus delitos. Por lo cual dice:— «Como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos».
CRIST.— Y las otras justicias, ¿no nos son de ninguna utilidad? GRAN-COR.— Sí lo son: pues aunque esenciales á su naturaleza y obra é incomunicables á otro, en virtud de ellas la justicia que nos justifica es eficaz para ello. La justicia que es propia de su deidad, da virtud á su obediencia; la de su humanidad hace que su obediencia sea capaz para justificar; y la que es propia de la unión de estas dos naturalezas para el desempeño de su oficio, autoriza á aquella para la obra para la cual fue ordenada.
Aquí, pues, tenemos una justicia, de la cual Cristo, como Dios, no tiene necesidad por cuanto es Dios sin ella: de que Cristo, como hombre, no tiene necesidad por cuanto es hombre perfecto sin ella: y de que Cristo, como Dios-Hombre, no tiene necesidad por cuanto lo es perfectamente sin ella: por consiguiente, puede desprenderse de ella, y puesto que la regala, se llama «el don de justicia». Esta justicia, ya que Cristo se ha sujetado á la ley, debe rega-larse, porque la ley obliga no sólo á hacer lo justo, sino también á practicar la caridad. Según la ley, debe, si posee los vestidos, dar uno de ellos á aquel que no tiene ninguno. Ahora bien; nuestro Señor, en efecto, tiene dos vestidos, uno para Él y otro de sobra; por lo tanto, gratuitamente proporciona uno de ellos á los que no tienen: así es que recibís el perdón por hecho, ó, en otras palabras, por la obra de otro. Vuestro Señor Jesucristo es quien ha obrado, y concede el resultado de su obra al pobre mendigo que lo suplica de Él.
Además, á fin de que se reciba el perdón por obra, algo debe pagarse á Dios como precio de él, á la par que debe Prepararse algo con que cubrirnos. El pecado nos ha sujetado á la justa condenación de una justa ley; y de esta maldición podemos ser librados por medio de la redención, habiendo sido pagado un precio por el mal que hemos cometido, cuyo precio es la sangre de vuestro Señor, quien se puso en vuestro lugar y padeció la muerte que habíais merecido por vuestros pecados. Así os redimió de vuestras transgresiones con su sangre, y cubrió de justicia vuestras almas manchadas y deformes; por amor de lo cual Dios se digna pasar por alto vuestras iniquidades, y no os condenará cuando venga á juzgar al mundo.
CRIST.— ¡Cuan hermoso es esto! Ahora veo que había algo que aprender de ser perdonados por palabra y hecho. Querida Misericordia, procuremos tenerlo siempre presente; y vosotros, hijos míos, acordaos de estas verdades. De seguro que sería esto lo que hizo soltar la carga de mi buen Cristiano y le hizo dar tres saltos de alegría.
GRAN-COR.— Sí, el creer esto fue lo que desató aquellas ligaduras que no podían romperse de otra manera; y fue para darle una prueba de la virtud de semejante creencia por lo que se le permitió llevar su carga hasta la cruz.
CRIST.— Ya me lo figuraba; pues aunque antes tenía el corazón alegre y gozoso, ahora siento que mi alegría se ha aumentado de un modo increíble. Lo poco que hasta ahora he sentido basta para convencerme de que, al encontrarse aquí el hombre más cargado y abrumado del mundo, viendo lo que veo y creyendo lo que creo, su corazón saltaría de alegría.
GRAN-COR.— La vista y consideración de estas cosas no sólo nos trae consuelo y alivio, sino que engendra en nosotros un amor más profundo; porque ¿quién, reparando en que alcanzamos el perdón de la manera que he descrito, puede menos de conmoverse y sentir un amor vivo y arrebatador á aquel que se lo ha proporcionado?
CRIST.— Es verdad; mi corazón está traspasado de dolor al pensar que Él derramase su sangre por mí. ¡Oh Salvador amante! ¡Oh Cristo bendito! Tú mereces poseerme, pues me has comprado; mereces poseerme enteramente, porque has pagado diez mil veces más de lo que valgo. No hay que extrañarse de que esto hiciese á mi marido fundirse en lágrimas y seguir tan ligero su camino; segura estoy de cómo deseaba tenerme á su lado; pero, vil pecadora como era, le dejé venir solo. ¡Oh Misericordia, ojalá, que tus padres estuviesen aquí! Sí, y la
señora Temerosa también, y aun la señora Sensualidad; sin duda alguna, sus corazones serían conmovidos, y ni los temores de aquélla ni las concupiscencias de ésta podrían persuadirlas á volver otra vez las espaldas á este camino.
GRAN-COR.— Ahora hablas á impulsos de tus afectos. ¿Estarás siempre tan fervorosa como ahora? ¿Sabes que no todos los que vieron padecer á Jesús sintieron estas impresiones? Algunos de los que presenciaron su muerte y vieron correr su sangre, lejos de conmoverse, se burlaron de Él, y en lugar de hacerse discípulos suyos, endurecieron sus corazones contra Él. Estas emociones que sentís, hijos, resultan de una gracia especial que se os ha concedido. Acordaos de que se os dijo que la gallina, al llamar de su manera usual, no ofrece comida á sus hijuelos.
Durante esta conversación, los peregrinos habían avanzado en el camino, y pronto los vi llegar al sitio donde Cristiano había encontrado, entregados á un profundo sueño, á Simple, Pereza y Presunción; pero que ahora estaban colgados en hierros á unos cuantos pasos de la senda.
—¿Quienes son aquellos tres hombres?— preguntó Misericordia al guía;—¿por qué están allí colgados de la horca?
GRAN-COR.— Aquellos eran hombres de muy mal carácter. No querían ser peregrinos y estorbaban á cuantos podían; amaban la pereza y la locura, y procuraban inficionar con los mismos vicios á los demás, enseñándoles á presumir que al fin y al cabo alcanzarían la felicidad lo mismo que los diligentes. Cuando Cristiano pasó por ahí, dormían; ahora veis que están ahorcados, para escarmiento de los demás.
MISER.— ¿Acaso lograron convertir á algunos á sus opiniones?
GRAN-COR.— En efecto, hicieron descaminar á varias personas, entre las cuales había un tal Paso-lento, junto con un Corto-de-respiración, un Poco-ánimo, un Antojo-de-lujuria, un Cerebro-soñoliento y una joven llamada Lerda. A estos consiguieron desviarlos y hacerlos como ellos mismos. Además hablaron mal de vuestro Señor, diciendo que era cruel y exigente; desacreditaron la buena tierra, haciendo creer que no era ni con mucho tan buena como se daba á entender; y no contentos con esto, se dieron la tarea de vilipendiar á los siervos del Señor, y de calificar á los mejores de ellos de entrometidos é intrigantes; al pan de Dios lo llamaban paja; á los goces de los suyos, ilusiones y quimeras; y al afán y á las fatigas de los peregrinos, cosas inútiles.
CRIST.— Siendo tan malos dichos sujetos, yo por mi parte no lamentaré su suerte. No han recibido sino lo que merecían, y me parece muy conveniente el que estén ahí ahorcados tan cerca del camino, donde todos pueden verlos y escarmentar. Pero ¿no habría sido oportuno que se grabara en una plancha de metal el relato de sus crímenes, y se colocara aquí mismo donde hicieron el daño, á fin de que sirviese de amonestación á otros malvados?
GRAN-COR.— Efectivamente, así se ha hecho, como verás al acércate un poco más al muro.
MISER.— No, no; que queden colgados, que perezcan sus nombres, y que sus crímenes sean para siempre un testimonio contra ellos. Lo considero como un favor especial el que hayan sido ahorcados antes de que llegásemos acá. ¿Quién sabe lo que hubieran podido hacer á pobres mujeres como nosotras? Luego prosiguió diciendo:— Quedaos allí por señal y temor del mismo fin á todo aquel que no sea amigo de los peregrinos. Guárdate, alma mía, de cuantos se oponen á la santidad.
Poco después llegaron al pie del collado Dificultad, y su buen amigo Gran-Corazón aprovechó la ocasión para enterarles de lo que allí sucedió cuando Cristiano pasó por el mismo sitio. Los condujo primero á la fuente.— He aquí— dijo,— la fuente en la que Cristiano bebió antes de subir la cuesta; el agua entonces era buena y cristalina, pero ahora está cenagosa y enturbiada por los pies de ciertas personas que no quieren que los peregrinos templen aquí su sed. Pero todavía servirá el agua si se la pone en un cántaro limpio; entonces el cieno cae al fondo, y el agua sale transparente.— Esto, pues, es lo que Cristiana y sus compañeros se
vieron obligados á hacer. La sacaron en una cazuela, y cuando el lodo se hubo depositado al fondo, se refrigeraron con el agua pura.
Después de esto les enseñó el guía dos atajos al pie del collado, donde Formalista é Hipocresía se perdieron.— Estas sendas—dijo— son peligrosas. Dos hombres perdieron la vida en ellas, cuando Cristiano pasó por ahí, y sin embargo de que desde entonces se ha obstruido el paso con postes, cadenas y un barranco, todavía hay algunos que más bien prefieren aventurarse por ellas que tomarse la molestia de subir esta colina. CRIST.— «El camino de los prevaricadores es duro». Lo maravilloso es cómo aciertan á entrar en tales sendas sin Romperse la cerviz.
GRAN. COR.— No obstante, se aventuran; y si acaso algunos de los siervos del Rey los ve, y los llama para advertirles que están en malos y peligrosos caminos, les contestan son chocarrerías y afirman: «La palabra que nos has hablado en nombre del Señor, no oímos de ti; antes pondrélos ciertamente por obra toda palabra que ha salido de vuestra boca». Si miráis atentamente, veréis que se han tomado bastantes precauciones para evitar el tránsito por tales atajos; además de aquellos postes, el barranco y la cadena, se ha cerrado el paso con un seto; sin embargo, se empeñan en pasar.
CRIST— Son holgazanes; no quieren molestarse, y el caminar cuesta arriba les es fastidioso. Así se cumple lo que ha escrito acerca de ellos: «El camino del perezoso es como seto de espinos». Aun prefieren andar sobre una trampa á subir este cerro y seguir lo que resta del camino y que conduce al cielo.
***
CAPITULO VIII
Los peregrinos suben por el collado Dificultad. Descansan en el cenador.
Se encuentran con el gigante Grima, el cual es muerto por Gran-Corazón.
Llegan al palacio llamado Hermoso, donde el guía los deja.
Después de estas observaciones, pusiéronse todos de nuevo en marcha, acometiendo la subida de la cuesta. Al poco trecho, Cristiana comenzó á fatigarse, y exclamó.
— ¡Qué penosa es esta colina! No es extraño que los que aman más la comodidad que el bien de su alma, escojan con preferencia un camino menos áspero.
—Tendré que ¡sentarme un rato—dijo Misericordia. Al paso que el menor de los muchachos echó á llorar.
—¡Vamos, ánimo!—exclamó Gran-Corazón;— no os sentéis aquí, que un poco más arriba está el cenador del Rey.
Diciendo esto, tomó de la mano al niño y lo condujo allá.
Al alcanzar el cenador, de muy buena gana se sentaron, pues todos estaban muy acalorados y sudorosos.
—¡Cuan agradable es el descanso á los que trabajan!— dijo Misericordia— ¡y cuan bueno es el Rey de los peregrinos por haberles provisto de estos lugares de descanso! Mucho me habían hablado de esta glorieta, pero esta es la primera vez que la veo. Cuidado no nos durmamos aquí, pues, según me han dicho, el sueño costó muy caro al pobre Cristiano.
—Vamos, hijos—dijo Gran-Corazón, dirigiéndose á los muchachos:— ¿cómo os encontráis? ¿Qué opináis ahora de ir en peregrinación?
—Señor—dijo el menor,— poco faltó para que me desanimara por completo; pero doy á usted las gracias por haberme ayudado é infundido el valor necesario. Ahora recuerdo lo que mi madre decía: que el ir al cielo es lo mismo que subir una escala, mientras que el camino del
infierno va cuesta abajo. Pero más prefiero subir la escala hacia la vida, que bajar la pendiente hacia la muerte.
MISER.— Pero dice el refrán que se va más ligero cuesta abajo.
Respondióle Jaime (que así se llamaba):— Día vendrá, en mi concepto, que el caminar cuesta abajo será lo más penoso.
—¡Bravo!—dijo el guía;—muy bien has contestado.
Misericordia se sonrió, mientas que al niño se le subieron los colores al rostro.
—Vamos—dijo Cristiana;— podréis comer un bocado sabroso mientras estáis descansando. Tengo aquí un cacho de granada que me dio el señor Intérprete al salir, junto con un panal de miel y una botella de vino: y como dije cuando emprendimos el viaje, tú,
Misericordia, has de participar de todo cuanto tenga, porque de tan buena voluntad uniste tu suerte con la mía. Y usted (dirigiéndose al conductor) ¿quiere acompañarnos en el refresco?
—Gracias—respondió éste;— vosotros estáis de viaje, y yo pronto volveré á casa, donde cómo de los mismos manjares todos los días. Buen provecho.
Cuando hubieron comido y bebido, y pasado un rato en agradable conversación, Gran-Corazón les dijo que sería prudente ponerse en camino, dada la hora avanzada del día. Al punto se levantaron para partir, marchando delante los muchachos. A los pocos pasos, Cristiana echó de menos la botella del vino, y envió al niño menor en busca de ella.
—Me parece—dijo Misericordia— que este cenador hace á uno olvidadizo; aquí Cristiano perdió su diploma, y aquí también Cristiana se ha olvidado de su botella. ¿De dónde proviene esto?
—Esto—dijo el guía— debe atribuirse al sueño ó al descuido. Algunos duermen cuando deberían estar despiertos; otros se entregan al descuido cuando deberían aguzar la memoria, y
esto es el por qué á menudo sucede que en los lugares destinados al descanso, los peregrinos sufren pérdidas. En la hora de su mayor gozo es de todo punto necesario que vigilen sobre sí mismos y se acuerden de lo que han recibido; pero por falta de esto repetidas veces acontece que su gozo acaba en lágrimas, y el resplandor del día se pierde detrás de las espesas nubes. En fe de lo cual teléis lo que pasó á Cristiano en este paraje.
Al llegar al sitio donde Desconfianza y Temeroso harían salido al encuentro de Cristiano para persuadirle á retroceder, por temor de los leones, percibieron frente al camino una especie de andamio con un letrero delante, en el que se explicaba el motivo de la construcción de semejante tablado, con los siguientes versos:
Cuide, quien esto leyere, De su corazón y lengua; Si no, sufrirá, cual otros, De su pecado la pena.
Debajo se leía la siguiente inscripción: «Este andamio fue levantado para castigo de los que, por temor á Desconfianza, no se atrevan á proseguir su camino. Sobre este entarimado á Desconfianza y Temeroso se les agujereó la lengua con un hierro candente, por haber tratado de impedir á Cristiano seguir su viaje.»
—Esto—observó Misericordia— se parece mucho al dicho del Amado: «¿Qué te dará ó qué te aprovechará la lengua engañosa? Es como saetas de valiente, agudas con brasas de enebro».
No tardaron mucho en llegar á la vista de los leones. Gran-Corazón era un hombre fuerte, y, por consiguiente, no tenía miedo de un león; pero cuando hubieron llegado á las fieras, los niños, que iban delante, de buen grado se refugiaron detrás de los demás. El guía, al ver esta retirada, no pudo reprimir una sonrisa.
—¿Cómo es esto, hijos míos?—exclamó.— ¿Os gusta ir delante mientras no se aviste el peligro, y poneros detrás tan pronto como aparecen los leones?
Avanzaron todos, y Gran-Corazón desenvainó su espada con intento de abrir paso para sus patrocinados, á despecho de los leones. En aquel momento apareció uno que, por lo visto, había tomado sobre sí el cargo de apoyar á los leones.
—¿Con qué motivo venís por ahí?— gruñó éste, que era de la raza de los gigantes, y se llamaba Grima ó Sanguinario, por cuanto acostumbraba matar á los peregrinos.
GRAN-COR.— Estas mujeres y niños van en peregrinación, y este es el camino por donde deben pasar, y pasarán á pesar de ti y de los leones.
GRIMA.— Mientes; ni es este su camino, ni pasarán. Salgo con el objeto de oponerme á ello, y á ese intento apoyaré á los leones.
Verdad era que, á causa de la feroz actitud de los leones y del aspecto torvo del que los patrocinaba, el camino había quedado hacía algún tiempo casi abandonado, y la hierba lo cubría en gran parte.
Viendo esto Cristiana, alzó la voz diciendo:
—Aunque los caminos han quedado desiertos, y se ha obligado á los viajeros á andar por atajos y sendas extraviadas, no más será así, pues «yo me he levantado como madre en Israel».
Entonces juró Grima por los leones, que sería así como él había dicho, y les mandó que se apartasen del camino, pues por allí no pasarían. Pero el guía atacóle con tan fuerte empuje con su espada, que le obligó á retroceder.
GRIMA.— ¿Me matarás en mi propio territorio?
GRAN COR.— Estamos en el camino del Rey, y en él has colocado tus leones; pero estas mujeres y niños, aunque débiles, seguirán por él á despecho de todo.
Diciendo esto, le dio al gigante un golpe terrible que le hizo bambolear y caer de rodillas. Con el mismo tajo le había roto también el yelmo, y con el siguiente le cortó un brazo. Esto hizo al gigante lanzar tan espantosos rugidos, que su voz atemorizó á las mujeres; sin embargo, no dejaron de alegrarse al verle revolcándose en el suelo. Entretanto, los leones, estando encadenados, no podían por sí mismos hacer nada. Una vez muerto el viejo Grima,
Gran-Corazón dijo á los peregrinos:
—Venid, seguidme, y ningún daño recibiréis de parte de los leones.
Le siguieron, pues, y pasaron sin daño, si bien, al encontrarse frente á ellos, las mujeres temblaban y los niños tenían cara de muertos.
Los caminantes podían ya divisar la casita del portero. En vista de lo peligroso de aquel camino después de anochecer, estaban deseosos de llegar, y apretando el paso, no tardaron en hallarse delante de la puerta. En contestación al llamamiento del guía, el portero preguntó:
—¿Quién va?
Tan pronto como aquél hubo dicho:—Soy yo,— bajó á abrir, pues Gran-Corazón había pasado muchas veces por allí conduciendo peregrinos. Al abrir la puerta, no viendo de pronto sino al guía, por estar los otros detrás, le dijo:
—¿Cómo es esto, señor Gran-Corazón? ¿Qué le trae aquí esta noche á tales horas?
-He acompañado-dijo- á algunos peregrinos á esta casa, donde por orden de mi Señor deben alojarse. Hubiéramos llegado mucho más temprano, si no fuera porque el gigante que solía apoyar á los leones se nos opuso; pero después de un combate largo y reñido lo he dejado muerto, y he traído acá á los peregrinos en seguridad.
PORTERO.- ¿Quieres entrar y quedarte hasta la mañana?
GRAN-COR.— Gracias, no, que volveré en seguida á mi Señor.
CRIST.- ¡Oh, señor! No sé cómo consentir en que usted nos abandone. ¡Nos ha sido usted tan fiel y cariñoso! Con tanta valentía ha luchado en nuestro favor, con tan buena voluntad nos ha aconsejado, que nunca me olvidaré de sus favores.
MISER.—¡Ojalá que pudiéramos tener su compañía hasta el fin de nuestro viaje!¿Cómo podemos nosotras, débiles mujeres, perseverar en un camino tan lleno de peligros como éste, sin un amigo y defensor?
Jaime también, el menor de los muchachos, añadió su súplica á la de los demás:
—¡Señor—dijo— le ruego que se deje persuadir, y nos acompañe y ayude, porque somos tan débiles, y el camino es tan peligroso!
GRAN-COR.— Estoy á las órdenes de mí Señor. Si dispone que sea vuestro guía hasta el término del viaje, de buen grado os serviré. Pero he aquí la falta que cometisteis en un principio, porque cuando me dijo que os acompañara hasta aquí, debierais haberle rogado me permitiese acompañaros hasta el fin, y de seguro que habría accedido á vuestra petición. Por ahora, pues, debo retirarme; con que, buena Cristiana, Misericordia y mis queridos hijos, adiós.
***
CAPÍTULO IX
Los peregrinos reciben afable trato en el palacio Hermoso.-Misericordia tiene un sueño halagüeño,-Los muchachos son catequizados por Prudencia.
Luego el portero, cuyo nombre era Vigilante, interrogó á Cristiana acerca de su país y de su parentela.
—Vengo de la ciudad de Destrucción—dijo ésta;— soy viuda, y mi marido fue Cristiano el peregrino.
—¿De veras?-exclamó el portero;- ¿él era tu marido?
—Sí—dijo— y éstos son sus hijos; y ésta, señalando hacia Misericordia—vecina del mismo pueblo.— Enseguida el portero sonó su campanilla, como en tales ocasiones solía ha-cer, y vino á la puerta una de las doncellas llamada Humildad. A ésta le dijo el portero:-Ve y anuncia que la viuda é hijos de Cristiano han llegado.- Hízolo así, y fue grande el gozo que sintieron los de la casa al oír semejantes noticias.
Entonces vinieron apresuradamente á la portería, donde todavía estaban los viajeros, y
las doncellas los convidaron afectuosamente á entrar. Cristiana y sus compañeros, si-guiéndoles, fueron introducidos en una espaciosa sala é invitados á sentarse. Luego mandaron á llamar á las principales de la casa, para ver y dar la bienvenida á los huéspedes. Entrando éstas, y habiéndoles explicado quiénes eran los peregrinos, saludaron A todos con un ósculo, diciéndoles:
—Bienvenidos seáis, vasos de la gracia de Dios; bienvenidos á nosotras vuestras amigas.
Siendo la hora bastante avanzada, y puesto que los viajeros estaban cansados del camino, y desfallecidos por el combate y la vista de los terribles leones, pidieron permiso para retirarse cuanto antes á descansar.
—Aún no—dijeron los de la familia;— primero tendréis que tomar un ligero refrigerio.— Porque les tenían aderezado un cordero con la acostumbrada salsa, por cuanto el portero había recibido aviso de su llegada, y lo había participado á los de la casa. Después de la cena unieron sus voces en oración, la que terminaron con un salmo; y luego acercándose ya la hora de descansar, las mujeres pidieron permiso para ocupar la misma habitación que había sido destinada al uso de Cristiano. Allí, pues, se acostaron, mientras descansaban de sus fatigas, Cristiana y Misericordia entablaron la conversación siguiente:
CRIST.— Cuando mi marido emprendió esta carrera, estaba yo lejos de pensar que un día le seguiría.
MISER.— Y que ocuparías la misma habitación y descansarías sobre la misma cama, como en la actualidad sucede.
CRIST.— Ni mucho menos soñaba ver su rostro, ni adorar al Señor nuestro Rey juntamente con él, como ahora tengo la esperanza de hacerlo.
MISER.— Escucha: ¿no oyes ruido?
CRIST.— Sí; parece que es el sonido de instrumentos músicos que tocan, gozosos de vernos aquí.
MISER.— ¡Maravilloso! Hay música en casa, música por nuestros corazones y música en el cielo por el gozo que nuestra llegada ha causado.
Después de un rato de conversación se entregaron al sueño. A la mañana siguiente, al despertarse, Cristiana dijo á su compañera:
—¿Qué era lo que te hacía reír en tu sueño esta noche? Supongo que soñabas.
MISER.— Sí, es verdad; y en efecto, era sueño hermoso; pero ¿estás segura de que me reí?
CRIST.— Sí, te reíste bastante fuerte: ¿quieres contarme el sueño?
MÍSER.— Soñé que estaba sentada sola en un sitio apartado, lamentando la dureza de mi corazón. No hacía mucho tiempo que estaba allí, cuando mucha gente empezó á agruparse á mi alrededor para verme y escuchar lo que decía. Oyéndome quejar de lo empedernido de mi corazón, se mofaron de mi: unos me calificaban de loca, otros comenzaron á empujarme de un lado á otro. En aquel trance alcé los ojos y vi un ser resplandeciente que volaba hacia mí. Llegando hasta donde yo me hallaba, preguntóme:— Misericordia, ¿qué tienes?—Oída mi lamentación, me dijo:—La paz sea contigo. Me enjugó las lágrimas, vistióme de vestidos brocados de oro y plata, me adornó de alhajas costosas, y rodeó mis sienes de una soberbia corona. Luego, cogiéndome de la mano, dijo:— Sígueme.—Subimos juntos hasta que llegamos á una puerta de oro. Llamó, y cuando abrieron Entramos: le seguí hasta un trono en el que había uno que me dio la bienvenida. El lugar era resplandeciente y brillaba como las estrellas ó, mejor dicho, como el sol, y allí creí ver á tu marido. Entonces me desperté. ¿Conque me reí? CRIST.— Ya lo creo, y tenías razón al verte tan favorablemente acogida. Creo que puedes considerar el sueño como buen augurio, y que así como la primera parte ha empezado á verificarse, así también recibirás el cumplimiento de lo demás. «De una ó de dos maneras habla Dios, mas el hombre no entiende. Por sueño de visión nocturna, cuando el sueño cae sobre los hombres, cuando se adormecen sobre el lecho». No es necesario que siempre
estemos despiertos, para poder hablar con Dios. Nos puede visitar aun cuando estemos entregados al sueño. Muchas veces sucede que el corazón vela mientras dormimos, y entonces Dios puede hablarnos por medio de palabras, de proverbios, de señales ó símiles, lo mismo que si estuviéramos despiertos.
MISER.— En todo caso me alegro de haber tenido este sueño, y espero en breve verlo cumplido, y entonces me reiré de nuevo.
CRIST.— Me parece que ya es hora de levantarnos, para enterarnos de lo que conviene hacer.
MISER.— Por poco que nos insten para permanecer más tiempo aquí, aceptemos su invitación. Estoy tanto más dispuesta á quedarme, cuanto que quisiera conocer más de cerca á estas doncellas. En mi concepto, Prudencia, Piedad y Caridad son de muy lindo y simpático aspecto.
Cuando poco después bajaron y se hallaron reunidos, preguntóse á las mujeres cómo habían dormido.
—Perfectamente bien—dijo Misericordia.— En mi vida he pasado mejor noche.
—Si queréis quedaros algún tiempo, cuanto hay en casa está á vuestra disposición.
Tan cordial fue la invitación, que nuestros peregrinos no vacilaron en aceptarla, y allí permanecieron más de un mes, con gran provecho de todos.
Un día, Prudencia, queriendo saber de qué manera Cristiana había criado á sus hijos, le pidió permiso para catequizarlos. De buena voluntad consintió la madre en ello, y empezando por el de menos edad, principió así Prudencia:
—¿Sabes decirme Jaime, quién te hizo?
JAIME.— Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.
PRUD.— Bien dicho: y ¿quién te salva?
JAIME.— Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.
PRUD.— ¿Cómo te salva Dios el Padre?
JAIME.— Por su gracia.
PRUD.— ¿Cómo te salva Dios el Hijo?
JAIME.— Por su justicia, muerte, sangre y vida.
PRUD.— Y Dios el Espíritu Santo, ¿cómo te salva?
JAIME.— Iluminándome, renovando mi corazón y preservándome con su gracia.
PRUD. (Dirigiéndose á Cristiana.)— Es digna de encomio la manera como educas á tus hijos. No necesito hacer á los otros las mismas preguntas, puesto que el menor sabe contestarlas tan acertadamente. Dírigiréme ahora á José. — ¿Quieres decirme, José, lo que es el hombre?
JOSÉ.— Un ser racional hecho por Dios, como ha dicho mi hermano.
PRUD.— ¿Qué se supone al decir que uno es «salvo?»
JOSÉ.— Que el hombre por su pecado se ha dejado esclavizar, y ha traído sobre sí mucha miseria.
PRUD.— ¿Qué se supone en el hecho de que uno es salvado por la Trinidad? JOSÉ.— Que el pecado es un tirano tan grande y poderoso, que ninguno, sino Dios, es capaz de sacarnos de sus garras; y que Dios es tan bueno y compasivo, que se digna rescatar al hombre de tan miserable estado.
PRUD.— ¿Qué objeto tiene Dios en salvar á los hombres.
JOSÉ.— El de glorificar su nombre, ensalzar su gracia justicia, y proporcionar felicidad eterna á sus criaturas.
PRUD.— ¿Quiénes serán salvos?
JOSÉ.— Cuantos aceptaren la salvación.
PRUD.— Tu madre te ha enseñado bien, y has prestado atención á sus enseñanzas.
Ahora, si Samuel no tiene h conveniente, le haré unas cuantas preguntas.—¿Qué es (
cielo?
SAM.— Un lugar y estado benditísimo, porque allí mora Dios.
PRUD —¿Y el infierno?
SAM.— Un lugar y estado muy funesto, por cuanto es morada del pecado, de Satanás y de la muerte.
PRUD.— ¿Por qué quisieras ir al cielo?
SAM.— A fin de poder ver á Dios y servirle sin cansancio; para que vea á Cristo y le ame eternamente, y también para que pueda morar en mí aquella plenitud del Espíritu Santo que no puedo en igual grado disfrutar aquí.
Después de encomiar la aplicación de Samuel, ocupó; Prudencia en el examen de Mateo, el mayor.
—¿Hay algo—preguntó— ó ha habido algo que existiera antes de Dios?
MATEO.— No, señora, porque Dios es eterno, y fuera de Él no hay nada que tuviera ser antes del comienzo del primer día; «porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay».
PRUD.— ¿Qué opinas de la Biblia?
MATEO.— Que es la santa palabra de Dios.
PRUD.— ¿No se encuentra en ella nada sino lo que puedas comprender?
MATEO.— Sí, muchísimo.
PRUD.— Cuando tropiezas con pasajes que no comprendes, ¿qué haces?
MATEO.— Pienso entonces que Dios es más sabio que yo; al propio tiempo le pido que se digne hacerme saber todo cuanto sea para mi bien.
PRUD.— ¿Qué crees tocante á la resurrección de los muertos?
MATEO.— Creo que se levantarán los mismos que fueron sepultados, aunque incorruptibles; y esto lo creo por dos razones: 1a, porque Dios lo ha dicho; y 2a, porque Dios es poderoso para hacerlo.
A este punto Prudencia dio fin al examen de los muchachos, y díjoles:— Debéis atender siempre á lo que vuestra madre os enseñare, porque podréis aprender de ella más todavía. Prestad atención también á la buena conversación de otras personas, la que muchas veces está destinada en provecho vuestro; recoged cuidadosamente las enseñanzas que os dan los cielos y la tierra, y sobre todo meditad mucho en aquel libro que indujo á vuestro padre á hacerse peregrino. Por mi parte, mientras estéis aquí os enseñaré lo que pueda, y tendré especial placer en que me hagáis preguntas, siempre que sean sobre cosas útiles y provechosas.
***
CAPÍTULO X
Los intereses mundanos y la misericordia no están de acuerdo.—Funestos resultados de la desobediencia, vistos en la enfermedad de Mateo.—Enseñan á los peregrinos cosas
maravillosas antes de reanudar su viaje.
Hacía ya cosa de unos ocho días que los peregrinos se hospedaban en esta casa, cuando Misericordia fue objeto de marcadas atenciones por parte de un sujeto que empezó á frecuentar la casa. Este, que se llamaba Buen negocio, demostraba una regular educación y era piadoso en apariencia, pero estaba muy apegado al mundo.
Poseía Misericordia muchos atractivos; era de lindo y agradable rostro, acostumbraba estar siempre ocupada, y cuando no tenía nada que hacer por su propia cuenta, hacía calceta y vestidos para regalarlos á los necesitados. Buen-negocio, que no sabía dónde ni cómo Misericordia disponía de sus labores, enamoróse de ella porque nunca la encontraba ociosa, y decía para sí: Apuesto á que será buena mujer de su casa.
Misericordia manifestó á las doncellas de la casa lo que pasaba, y les pidió informes acerca de su pretendiente, porque lo conocían mejor que ella.
—Es un joven aprovechado—dijeron— y hace profesión de religión; pero, según tememos, es extraño al poder regenerador del Evangelio.
—En ese caso—afirmó Misericordia — todo se acabó porque tengo el firme propósito de no tener jamás marido que pueda servirme de estorbo en el camino que he emprendido.
Prudencia consideraba que la joven no tendría necesidad de buscar medios para despedirle; que el mero hecho de continuar trabajando á favor de los pobres bastaría para entibiar su celo.
En efecto: cuando nuevamente la encontró entregada á sus faenas habituales, haciendo ropa para los pobres, dijo:
—¡Conque siempre trabajando!
—Sí—respondió Misericordia,— ó para mí misma ó para otros.
—¿Y cuánto ganas al día?
—Hago esto—contestó Misericordia— «para que sea rica en buenas obras dadivosas, atesorando para mi buen fundamento para el porvenir, y alcanzar la vida eterna».
—Pues ¿qué haces de tu trabajo?— preguntóle el mozo.
—Esto lo hago para vestir á los desnudos—dijo.
Tanto le desconcertó esta contestación, que se abstuvo de ir otra vez á la casa, y cuando le preguntaban por qué, respondía que la moza era graciosa en verdad, pero tenía ideas caprichosas.
—¿No te dije—exclamó Prudencia— cuando el aspirante hubo abandonado la empresa, que el señor Buen-negocio pronto te dejaría? Y tal vez te calumniará, porque sin embargo de la profesión que hace de religión, tú y él sois de una índole del todo distinta, y la misericordia es ajena á su naturaleza.
MISER.— He tenido varios pretendientes ya; pero aunque no se quejaban de mi persona, la índole de mi carácter les disgustaba, de manera que no podíamos estar de acuerdo.
PRUD.— Hoy día la misericordia es tenida en poca estima; las gentes se enamoran del nombre, pero la práctica de ella les es demasiado molesta.
MISER.— Más prefiero morir soltera que cambiar de naturaleza, y estoy resuelta á no aceptar jamás marido que no tenga las mismas disposiciones. Tenía una hermana, llamada Generosa, que se casó con un hombre tacaño y soez; pero como nunca estaban de acuerdo, y mi hermana determinó seguir como antes, mostrándose benevolente para con los pobres, su marido primero la denunció públicamente y luego la echó á la calle, y esto á pesar de hacer profesión de piedad. El mundo está lleno de tales hipócritas pero ninguno de ellos será para mí.
Los peregrinos estaban todavía hospedados en el palacio Hermoso, cuando el hijo mayor de Cristiana cayó gravemente enfermo. Tan fuertes eran los dolores que sufría, que su madre hizo llamar á un anciano y experimentado médico que vivía en aquella vecindad, un tal señor Experto. Este, después de un reconocimiento del enfermo, vio que la dolencia había tomado un aspecto maligno y que deberían aplicarse pronto remedios, pues el muchacho estaba en peligro inminente. Hiciéronse indagaciones por descubrir, si fuese posible, el origen de la enfermedad, y grande fue la inquietud de la madre cuando le recordaron la fruta que su hijo había comido, poco después de haber entrado por la portezuela al principio del camino, y su alarma subió de punto al manifestarle el médico que la fruta procedía del huerto de Beelzebub, y era, por consiguiente, altamente dañosa.
Apuró el señor Experto á favor del enfermo los conocimientos médicos que poseía, y no habiendo acertado con lo primero que le recetó, hízole tomar unas píldoras que al poco tiempo produjeron un resultado en alto grado beneficioso. Abundantes y amargas lágrimas vertió el muchacho al tomar el remedio, pero su llanto cambió en gozo al sentirse libre del dolor y restablecida su salud. Pronto pudo levantarse y pasear por la casa, y así andaba de habitación en habitación hablando con Prudencia, Piedad y Caridad de su enfermedad y de la manera cómo había sido curado.
Cristiana, llena de gratitud por el restablecimiento de su hijo, quería recompensar al médico por sus buenos servicios y cuidados,
—Tendrás—dijo éste— que pagar al principal del Colegio de Médicos, según los reglamentos que tratan del caso.
CRIST.— ¿Sirven estas píldoras para otras cosas?
EXPERTO.— Es remedio universal y sirve para todas las dolencias á que están expuestos los peregrinos: bien preparado, se conserva siempre bien.
CRIST.— En ese caso, le suplico á usted me proporcione una provisión para el camino: teniendo este remedio no tomaré otro.
EXPERTO.— Estas píldoras sirven como preventivas lo mismo que para curar: y más puedo asegurarte, que empleado debidamente este remedio, hará que un hombre viva para siempre. Pero adviértase que no debe tomarse de otra manera que la que he prescrito; de otro modo no hará ningún bien. Entonces dio á Cristiana medicina para ella misma y sus compañeros, y habiendo amonestado á Mateo que no volviese á comer fruta prohibida, saludándolos, despidióse.
Una vez restablecido Mateo, acordándose de que Prudencia se había anteriormente brindado para contestar á cualquier pregunta provechosa que se le dirigiese, preguntóle:
—¿Cómo es que la medicina es generalmente amarga á nuestro paladar?
PRUD.— Ahí puedes aprender que de la misma manera son desagradables al corazón mundano la Palabra de Dios y sus efectos.
MATEO.— La medicina, cuando acierta, limpia el cuerpo: ¿qué puede aprenderse de esto?
PRUD.— Que la Palabra divina, cuando obra eficazmente, purifica el corazón y la mente: lo que la una hace para el cuerpo, la otra lo hace para el alma.
MATEO.—¿Qué debemos aprender al ver que las llamas de fuego suben, y que los rayos del sol descienden y hacen sentir su influencia desde arriba hacia abajo?
PRUD.— La subida de las llamas nos enseña A elevar el corazón al cielo en fervientes deseos; y los rayos de luz, al descender, nos recuerdan que el Salvador del mundo, aunque excelso, nos alcanza con su gracia y amor aun en nuestra humilde condición.
MATEO.— ¿De dónde sacan las nubes su agua?
PRUD.— Del mar.
MATEO.— ¿Qué podemos aprender de esto?
PRUD.— Que los ministros deben recibir su doctrina de Dios.
MATEO.— ¿Y del hecho de que descarguen luego sobre la tierra?
PRUD.— Que los ministros han de proporcionar al mundo los conocimientos que de Dios tienen.
MATEO.— ¿Qué nos enseña el arco iris formado por el sol?
PRUD.— Que el pacto de la gracia de Dios nos es confirmado en Cristo.
MATEO.— Las fuentes de agua proceden de los grandes depósitos de agua, llegando hasta nosotros filtrándose por la tierra' ¿hay alguna enseñanza aquí?
PRUD.— Sí, podemos aprender que la gracia de Dios llega hasta nosotros por vía de Jesús.
MATEO.— ¿Y de los manantiales que se encuentran en la cumbre de los altos collados?
PRUD.— Estos enseñan que el espíritu de gracia se manifestará en algunos que son nobles y de alta esfera, lo mismo que en muchos que son pobres y humildes.
MATEO.—El fuego, cuando se apodera del pabilo de la bujía, ¿qué debe recordarnos?
PRUD.—Esto debe recordarnos que si la gracia divina no enciende nuestros corazones, no habrá eri nosotros la verdadera luz de la vida.
MATEO.—¿Qué enseñanza hay en el hecho de que se gasten pabilo y cera en la bujía para dar luz?
PRUD.— Podemos aprender de esto que el cuerpo, el alma y todo deben estar al servicio de Dios y gastarse para mantener viva en nosotros la gracia divina.
MATEO.— Dicen que el pelícano hiere su propio pecho con su pico.
PRUD.— Esto decían los antiguos que era para alimentar á sus pequeñuelos con su sangre. Cristo, de tal modo sana á los suyos, que los salva de la muerte derramando su propia sangre.
MATEO.— Y ¿qué debe recordarnos el canto del gallo?
PRUD.— El pecado de Pedro y su arrepentimiento. El canto del gallo indica también que empieza á amanecer, y debe por eso recordarte el último y terrible día del juicio.
Cuando hubo transcurrido el mes que habían acordado que duraría su permanecía en la casa, los viajeros notificaron á las doncellas que les convenía ponerse de nuevo en marcha. En vista de tal resolución, José recordó á su madre que tendría necesidad de pedir al Sr. Intérprete los servicios de Gran-Corazón para lo que restaba del camino. Cristiana, que lo había olvidado, hizo en seguida una solicitud á ese intento, y rogó á Vigilante, el portero, que la hiciese llegar por algún mensajero de confianza á manos de su fiel amigo, el cual, enterado de su contenido, envió á decir que la petición sería otorgada.
Viendo la familia que los peregrinos estaban decididos á marcharse, se reunieron todos para dar gracias á su Rey por haberles enviado unos huéspedes tan provechosos. Luego quisieron enseñarles algunas de las cosas extraordinarias que había en la casa, á fin de que pudiesen meditar en ellas por el camino.
Primero, en un cuarto pequeño, les mostraron fruto del árbol de que comió Eva y dio después á su marido, por cuyo hecho fueron expulsados del Paraíso. Cristiana, preguntada sobre lo que era, no sabía si era alimento ó veneno, y la explicación que de ello le dieron la dejó vivamente impresionada.
En otra parte les enseñaron la escala de Jacob. Había precisamente entonces ángeles que subían por ella, y tan fascinadora era la vista, que los peregrinos no podían apartar sus miradas del espectáculo. Iban á mostrarles otra maravilla, cuando Jaime pidió que los dejasen allí un poco más; permanecieron, pues, largo rato deleitándose con tan agradable perspectiva. Los condujeron después á un lugar donde vieron colgada un ancla de oro. Dijeron á Cristiana que la bajase, porque, añadieron, es de gran importancia tenerla siempre con vosotros, para que podáis con ella trabaros de lo que hay dentro del velo y estar firmes en caso de que os encontréis con tiempo tormentoso. Gustosamente recibieron nuestros peregrinos tan precioso regalo. De allí los acompañaron al monte, al que nuestro padre Abraham fue para ofrecer á su hijo Isaac, y les enseñaron el altar, la leña, el fuego y el cuchillo para aquel sacrificio empleados. La vista de estos recuerdos obligóles á prorrumpir en alabanzas al Señor por el amor y abnegación del patriarca Abraham.
Después de haberles enseñado estas cosas, Prudencia los llevó al comedor, y cogiendo un bien afinado clavicordio, improvisó un cántico, basado sobre lo que sus huéspedes acababan de ver, que decía:
Para saludable aviso,
El fruto de Eva os mostré,
Y la escala con los ángeles
Que vio Jacob en Bethel;
Un áncora de gran precio
Os di para vuestro bien;
Mas estas cosas no bastan,
Si, como Abrám, no ofrecéis
Lo mejor en sacrificio,
Demostrando vuestra fe.
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